Este Domingo comienza el tiempo litúrgico de Adviento, que nos prepara a la celebración gozosa de la Navidad. La palabra ‘adviento’ significa “venida”. En el lenguaje cristiano nos referimos a la venida de Dios a nuestro mundo en su Hijo, Jesucristo, en el pasado, en el presente y en el futuro.
Toda la vida es adviento de Dios. Quizás sea esto lo más profundo que podemos decir de nuestra propia vida. Somos indigentes de Dios. Una indigencia que Él llena viniendo a nuestro encuentro como Padre bueno. El gran amor que Dios nos tiene le hizo salir y venir hasta nosotros en carne mortal en su Hijo Jesús, en un tiempo y lugar concretos. Jesús es la presencia por excelencia de Dios en nuestro mundo, es el adviento permanente de Dios para toda la humanidad. En el Jesús real e histórico, muerto y resucitado, en Cristo vivo, Dios viene constantemente a nuestro encuentro.
En una antífona de las Vísperas de Adviento, la Iglesia reza: “Mirad, viene Dios, nuestro Salvador”. No se usa el tiempo pasado ni el futuro sino el presente: “viene Dios”. Es un presente continuo, es decir, una acción que está ocurriendo constantemente. En todo momento “viene Dios” a nosotros. Dios es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros para liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide el verdadero desarrollo humano: Dios viene a salvarnos. Dios sale a nuestro encuentro en su Iglesia, en la Palabra y en los Sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía y de la Reconciliación. Y lo hace también en cada acontecimiento de la vida y en cada hombre y mujer, en especial, en los pobres, sedientos y hambrientos, en los enfermos y encarcelados, en los migrantes y en los más vulnerables (cf. Mt 25,35-40).
El Adviento nos invita a descubrir a Dios como Padre bueno, como principio y fuente de vida verdadera y eterna, como refugio, garantía y esperanza de nuestras vidas y de toda la humanidad. Hemos de romper esa barrera de miedo y desconfianza con la que nos blindamos ante el amor de Dios. Jesús nos ha mostrado con su vida, sus gestos, palabras, muerte y resurrección este amor ilimitado de Dios, Padre misericordioso y acogedor. Nos amó hasta dejar morir a su Hijo en la cruz por todos y cada uno de nosotros. Confianza, gratitud e invocación son los grandes sentimientos del Adviento.
Reconozcamos nuestra indiferencia y nuestra ingrata ceguera ante la venida de Dios. Vayamos hasta el fondo de nuestros pecados, que es el olvido de Dios, la desconfianza en Él, el vivir de espaldas a Él e indiferentes antes los pobres y necesitados. Adviento es tiempo de penitencia profunda y confiada, que nos libera de nuestro encerramiento, origen de tantos pecados, y nos abre a Dios que viene.