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jueves, 10 de octubre de 2024 | Última actualización: 15:15

¿Libres e iguales?

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Santiago Beltrán. Abogado.

Me pregunto si debe haber algún límite a la tolerancia. Si estamos obligados a tratar a todos por igual. Y si en ese respeto deben incluirse a aquellos que quieren acabar con los diferentes, lo sean o no. ¿Podemos los humanos establecer normas que nos diferencien? ¿Qué los derechos y libertades no sean iguales para aquellos que no aceptan el modo de convivencia que nos hemos dado? ¿Debe ser la vida un bien protegido por encima de cualquier otro?, ¿o puede depender de la persona y de los actos que realice? ¿Tiene el Estado la prerrogativa de poder imponer una compensación?

La cuestión es que libertad es un derecho natural por encima de cualquier otro, incluso por encima de la igualdad, que en si misma no existe en la naturaleza. No es una cuestión de restringir la libertad sino de hacer que la misma sea el principio fundamental que rija la sociedad actual, pero solo la de aquellos países que están en condiciones de instaurarla. De nada sirve inculcar la libertad a quienes viven esclavizados por la miseria económica y espiritual. A los que creen que solo pueden ser libres acabando con la vida de los otros. A quienes tienen prometida una recompensa por una muerte digna, y que dicha dignidad sea mayor cuanto mayor sea el mal causado.

La igualdad, por el contrario, es una creación humana, de las sociedades modernas, que a través de una ficción consigue que los Estados puedan establecer las condiciones para que los individuos puedan tener las mismas oportunidades, sin ninguna clase de discriminación entre ellos. Pero en la realidad de las cosas la igualdad no existe, continúan existiendo profundas diferencias entre sexos, entre razas, entre religiones, entre estatus económicos e incluso entre individuos. No obstante la inexistencia real de esta igualdad todos lo somos ante la ley, aplicándonos las mismas medidas.

Podemos preguntarnos si la igualdad está tan sobrevalorada en nuestro mundo occidental que prevalece frente a la libertad. En un mundo en el que una parte de los humanos, los que preconizamos la igualdad como un bien primordial, cada día nos prohibimos más cosas y nos restringimos más derechos, la otra parte, que se siente superior, pero que vive esclavizada por su espiritualidad, es lo suficientemente libre como para acabar con los primeros.

¿Debemos seguir siendo todos iguales y que las leyes se apliquen por igual a todos, incluso a los diferentes? Y si es así, ¿ese respeto hasta donde debe llegar? ¿Hasta perder nuestra preciada libertad, para convertirnos en víctimas y esclavos de quienes no quieren ser iguales a nosotros?

Son preguntas sencillas, de incómoda respuesta.