San Vicente Ferrer es uno de los santos más arraigados y presentes en la tradición y en la piedad de nuestros pueblos, que conservan vivo el recuerdo de su paso, de su predicación y de sus milagros. En muchos lugares de nuestra diócesis se celebra su fiesta el lunes siguiente al segundo Domingo de Pascua, llamado “de la divina Misericordia” por deseo de san Juan Pablo II.
San Vicente fue un predicador infatigable de la misericordia divina. Según la preciosa definición de san Juan, Dios es amor (cf. 1Jn 4,8). Dios crea al hombre por amor y lo sigue amando, incluso cuando se aleja de Él por el pecado. Su amor es compasivo y misericordioso, entrañable como el de una madre, que sufre y se compadece ante cualquier sufrimiento humano; un amor que está siempre dispuesto al perdón, a la reconciliación y a la sanación.
Jesus, la misericordia encarnada de Dios, nos muestra el rostro misericordioso de Dios con sus palabras, gestos y obras. Su Pascua –su muerte y resurrección- es la manifestación suprema de la misericordia divina. Por amor, el Padre envía al Hijo al mundo, que se entrega hasta la muerte en la Cruz por obediencia al Padre y por amor a los hombres para el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, entre los hombres y con la creación. Ya resucitado, Jesús se aparece a sus Apóstoles, les muestra su costado traspasado por la lanza y les dice: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21-23). El Corazón de Jesús es el manantial inagotable de la misericordia de Dios, que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, con los demás y con la creación, suscita entre los hombres nuevas relaciones de compasión y de solidaridad, y se convierte en fuente permanente de la paz.
Así lo entendió san Vicente Ferrer. Fue un predicador incansable del Evangelio de la misericordia de Dios llamando a la conversión. Como Jesús, iba de aldea en aldea exhortando a abrirse a la misericordia de Dios que consuela, sana y perdona. El tema fundamental de su predicación era la conversión a Dios, llamando a dejar las costumbres de pecado para seguir a Cristo y llevar una vida nueva según el Evangelio. Contemplando el rosto misericordioso de Cristo, san Vicente experimentó una compasión tal que le impulsaba a predicar la conversión y le llevaba a acercarse a los enfermos y desahuciados. Él fue un infatigable promotor de paz en una Europa dividida, trabajando sin descanso por la paz y la unidad de la Iglesia y de la sociedad.
Este es el legado de san Vicente. A una humanidad, que parece dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece su amor misericordioso, que perdona, sana, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza.