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miércoles, 24 de abril de 2024 | Última actualización: 18:24

La alegría de ser cristianos

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Con la Fiesta del Bautismo de Jesús, este domingo 8 de enero, concluye el tiempo de la Navidad. La Iglesia recuerda el bautismo de Jesús a orillas del río Jordán de manos de Juan Bautista. El bautismo de Juan era un bautismo de penitencia y conversión para el perdón de los pecados. Jesús se pone en la cola de los pecadores como un signo más de que ha asumido nuestra naturaleza humana. Él no necesitaba purificación alguna, pues no tenía pecado, pero se identifica con todos aquellos que necesitan convertirse a Dios.

En el bautismo de Jesús tiene lugar una solemne manifestación de su divinidad. “Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco»” (Mt 3,14-17). Son las palabras de Dios-Padre que muestra a Jesús como su Hijo unigénito al inicio de su vida pública. Este hombre, aparentemente igual a todos los demás, es Dios mismo, que viene para liberar del pecado y dar el poder de convertirse “en hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13).

El bautismo de Jesús, aunque distinto, nos recuerda nuestro propio bautismo. El mismo Juan Bautista dirá: “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Lc 3, 16). En el bautismo, por el agua y por el Espíritu Santo, renacemos a la vida misma de Dios. Dios nos hace sus hijos en su Hijo amado, nos hace cristianos, hermanos y amigos de Jesús, y nos incorpora a la familia de los hijos de Dios, a su Iglesia. Por la gracia bautismal, liberados del pecado y de la muerte eterna, entramos en la comunión de vida con Dios y con el resto de los bautizados.

¡Cómo no dar gracias a Dios por este gran regalo! Con frecuencia, los bautizados no valoramos nuestro bautismo ni vivimos con gozo oír en el hondón de nuestra alma la voz de Dios que nos dice: Tú también eres mi hijo amado en quien me complazco. Esta es la experiencia que fundamenta nuestra vida como cristianos y que da consistencia a toda nuestra existencia cristiana y eclesial. Saberse hijos e hijas amados personal e infinitamente por Dios y para siempre es motivo de gran alegría, una alegria que nadie puede quitar y que no se puede ni debe ocultar ni callar.  

Recordemos hoy con gozo nuestro bautismo, demos gracias a Dios por ser sus hijos amados en su Hijo y recuperamos la alegría de ser cristianos.