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sábado, 8 de noviembre de 2025 | Última actualización: 13:54

Jornada del Migrante y del Refugiado

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Este domingo, 5 de octubre, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema “Migrantes, misioneros de esperanza”.

Este lema pone nuestra mirada en primer lugar en las personas de los migrantes. Más allá del fenómeno de la migración, de sus causas y sus problemas y de la discusión política, en la migración siempre están involucradas personas concretas, semejantes a nosotros, hermanos nuestros. A los cristianos no nos pueden ser indiferentes tantas personas y familias, que por una razón u otra buscan con esperanza un futuro mejor. Tampoco podemos mirar para otro lado cuando no son tratados conforme a su dignidad humana. Como cristianos hemos de tener siempre presentes las palabras de Jesús: “Venid benditos de mi Padre porque… fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35). Jesús se identifica con la persona del migrante y nos llama a acogerlo, como si de Él mismo se tratara.

Toda persona tiene derecho a emigrar. Es un derecho humano, que faculta a cada uno a establecerse donde considere más oportuno para una mejor realización de sus capacidades, aspiraciones y proyectos (cf. GS 65). La mayoría de los emigrantes hacen uso de este derecho obligados por la necesidad de buscar oportunidades que no encuentran en su país a causa de las guerras, de la economía o por causas ambientales o políticas. Todo Estado tiene el derecho y el deber de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias del bien común y para evitar males no deseados; pero esto ha de hacerse siempre garantizando el respeto a la dignidad de toda persona humana.

Numerosos migrantes son misioneros de esperanza. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres” (n° 1818). “Sin duda, la búsqueda de la felicidad -y la perspectiva de encontrarla en otro lugar- es una de las principales motivaciones de la movilidad humana contemporánea” (León XIV).  Numerosos migrantes, refugiados y desplazados son testigos privilegiados de la esperanza vivida en el día a día, a través de su confianza en Dios y su resistencia a las adversidades con vistas a un futuro mejor Debidamente integrados, los migrantes son una riqueza demográfica, económica y cultural para el país que los acoge. Por su parte, los migrantes católicos se están convirtiendo ya en misioneros de esperanza en nuestras comunidades parroquiales. Están contribuyendo a revitalizar la vida de nuestras parroquias tantas veces cansadas y envejecidas. Tengamos una mirada abierta para percibir su riqueza y aportación.