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martes, 24 de junio de 2025 | Última actualización: 21:34

Habemus Papam: León XIV

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El pasado jueves, 8 de mayo, la ‘fumata’ blanca y el anuncio ‘habemus Papam’,
desde el balcón de la Basílica de San Pedro, nos llenaron de profunda alegría. Dios ha
escuchado nuestra oración y nos ha concedido un nuevo Papa. El elegido para ser
Sucesor de San Pedro era el cardenal Robert Prevost, que ha tomado el nombre de León
XIV en recuerdo de León XIII, quien, con la Encíclica Rerum novarum, afrontó la
cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial. La Iglesia desea
responder hoy a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial,
que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el
trabajo. Damos gracias a Dios. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

El nuevo Papa, nacido en Chicago y con raíces españolas por parte de madre, es
agustino de vocación y de corazón. Ya en sus primeras palabras se declaró como un hijo
de San Agustín. León XIV ha sido durante años misionero en Perú y finalmente obispo
de la diócesis de Chiclayo, también en Perú. Esto ha configurado su corazón de pastor
cercano a la gente y atento a las heridas del mundo, y le ha permitido conocer de cerca
la viveza de la fe de aquellos fieles y también la pobreza y la esperanza de pueblos que
luchan por la dignidad y la justicia.

Quienes lo conocen bien destacan que es un hombre sencillo, cercano, discreto,
prudente, de trato fácil y con mucha capacidad de escucha. León XIV tiene una sólida
formación en matemáticas y en derecho canónico. Estas cualidades y capacidades y su
experiencia de pastor y de gobierno le servirán, con la asistencia del Espíritu Santo y
con nuestra oración, para llevar a cabo la ingente tarea que el Señor le ha confiado.
El Papa tiene la misma misión que Cristo confió a su primer Vicario en la tierra:
confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), apacentar con amor su rebaño (cf. Jn
21,15-17) y ser principio de unidad para los discípulos. El Papa garantiza la unidad en la
fe y en la moral de todos los fieles y de todas las Iglesias diocesanas. En un mundo
marcado por la incertidumbre, las guerras, el relativismo y la búsqueda de sentido, y en
una Iglesia que sufre la herida de la falta de unidad con divisiones y polémicas y la
desafección de una parte hacia Roma, León XIV está llamado a ser faro que orienta,
testigo de la verdad y custodio de la fe recibida de los apóstoles.

En su primer discurso, León XIV comenzó deseando la paz a las personas, las
familias, los pueblos y la tierra entera. Pero no se trata de cualquier paz, sino la paz de
Cristo Resucitado que es “una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante” y
“proviene de Dios, de un Dios que nos ama a todos incondicionalmente”. Nos exhortó a
construir puentes con el diálogo y el encuentro. Y resaltó la necesidad de una Iglesia
unida en Cristo y misionera, constructora de puentes y siempre abierta para acoger a
todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.