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miércoles, 18 de junio de 2025 | Última actualización: 09:53

El I Concilio de Nicea

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En estos días se cumplen 1700 años del I Concilio de Nicea. Es el primer Concilio ecuménico, es decir, universal, porque participaron obispos de todas las regiones donde había cristianos. Pudo celebrarse cuando la Iglesia, gracias al edicto de Milán (313), disfrutaba de paz estable y tenia libertad para reunirse. El emperador Constantino facilitó la participación de los Obispos, ofreciéndoles hospitalidad en Nicea de Bitinia (hoy en Turquía).

El Concilio de Nicea es de suma importancia para la fe de todos los cristianos al tener que afrontar la herejía arriana. A principios del siglo IV, Arrio, un joven sacerdote alejandrino, enseñaba que Jesucristo no era Dios, sino una creatura. Jesucristo sería un don maravilloso del Padre, perfectísimo, colmado de dones, de virtudes y de belleza, pero no sería Dios. El Concilio de Nicea rechazó este error de Arrio y, al hacerlo, formuló la fe de la Iglesia con estas palabras. “Creemos en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó, se hizo hombre,...” (cf. DS 125). Así este Concilio enunció la fe de la Iglesia: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

Al afirmar que Cristo es consubstancial al Padre, el Concilio expresó con un concepto de la cultura griega de entonces, la verdad que encontramos en todo el Nuevo Testamento. En efecto; sabemos que Jesús dice de sí mismo que es “uno” con el Padre: “Yo y el Padre somos uno” (cf. Jn 10, 30-31). Es también la fe viva de la Iglesia de los tiempos apostólicos y de los Padres de la Iglesia.

La definición conciliar es muy actual. También hoy aparecen tendencias que reconocen a Cristo solamente como un hombre, aunque sea extraordinario, pero no como Dios. Admitirlas sería negar la salvación cristiana. Si Cristo no es verdadero Dios, entonces no transmite a la humanidad la vida divina. Nicea, al mismo tiempo, enseñó que Cristo es verdadero hombre, frente al docetismo que sostenía que Cristo no poseía un cuerpo verdadero, sino sólo una apariencia de carne humana, en abierto contraste con las palabras de san Juan: “el Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14). Para que el hombre entero pudiera ser salvado, la entera humanidad debía ser asumida por Cristo.

El Concilio de Nicea nos remite siempre al misterio del único Cristo, Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación, para que creyendo en Él y amándolo, seamos salvados y tengamos la vida eterna.