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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 14:20

No siempre iban a ser lágrimas de amargura

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Daniel Bernat. Graduado en Derecho, experto en series y fiel aficionado al Villarreal.

No hay mal que por cien años dure. O dicho de otra manera, no siempre iba a salir cruz. El Villarreal Club de Fútbol ha hecho historia, clasificándose por primera vez para una final. Y europea, nada menos. Es difícil expresar en un artículo la emoción que sentí anoche al decretar el árbitro el final del encuentro. Pasaron por mi cabeza muchas imágenes, muchos momentos que siempre solían ser negativos y relacionados con un final amargo. Pero la vida te da, de vez en cuando, instantes de felicidad como los que hemos vivido todos los seguidores amarillos con este pase a la final.

Como se esperaba, no fue fácil. Dicen que las mejores cosas siempre cuesta conseguirlas, y no iba a ser menos en este caso. En la ida me sorprendieron, tengo que admitirlo. La decisión, la convicción, y las maneras con las que afrontaron los primeros minutos de la semifinal me transmitieron algo que no vi en otras ocasiones: que se lo creían, y que esta vez, podía ser la definitiva. No obstante, la segunda parte fue todo lo contrario. No sé qué sucedió; si ese cambio de Alcácer al descanso, la lesión de Foyth, el penalti inventado, lo de Capoue, la decisión desde el banquillo sobre cómo encarar los segundos cuarenta y cinco minutos, o todo a la vez y más cosas, pero el pitido final dejó un sabor agridulce en la mayor parte de groguets, y sembró mis dudas de cara al decisivo encuentro de ayer.

No quise hacerme ilusiones. Por suerte, el jueves transcurrió más rápido de lo que me pude llegar a imaginar, debido también a diversos quehaceres que me tuvieron entretenido durante la mayor parte del día. Y cuando arrancó la vuelta, de nuevo, pasó como siete días antes: vi a un Villarreal que sabía qué hacer, cómo hacerlo, cuándo actuar y la forma en la que frenar a un Arsenal que se mostró, en el global de la eliminatoria, inoperante en su mayor parte. Y como si se tratara de las malas artes de algún guionista amargado de medio pelo, que siempre busca dar un giro dramático innecesario para sembrar la duda y el desasosiego al personal, nos fuimos adentrando en un segundo tiempo que, no se parecía al del jueves anterior, pero sí volvía a poner en alerta a todo el mundo. La recta final se aproximaba a ser una película de terror, con balón al palo incluido y algún que otro amago de susto, pero, ahora sí, encontraron la luz al final del túnel, y el Submarino alcanzó su ansiada final.

Reivindicar a estas alturas la figura de la familia Roig, Llaneza y todas las personas que han convertido a este club en algo tan especial no es necesario; es una obviedad y, como tal, incidir en ello está de más. Pero sí me voy a detener en remarcar un hecho clave en este logro: la contratación de Unai Emery. Tras una parte final de temporada anterior que fue sobresaliente, Javi Calleja se reivindicó y nadie podía pensar que desde la cúpula amarilla pudiera tomarse una decisión como la que aconteció finalmente. Lo fácil era darle continuidad al proyecto, además con alguien de la casa. Pero entró en juego un factor que muchas veces ha sido utilizado (por mí también) como arma arrojadiza, para echarles en cara que carecían de ella: la ambición. Tú no traes a un técnico como el vasco para salvar al equipo. Lo firmas porque quieres dar ese salto cualitativo que no piensas que seas capaz de dar con otros. Su llegada denotaba que se querían hacer las cosas de otra manera, y los fichajes que fueron sucediéndose, también. El mérito del de Hondarribia ha sido conformar un equipo, con todas las letras. Ayer no luce Gerard Moreno, o Trigueros, u otros jugadores de forma individual; lo hacen todos, en conjunto, al igual que en la ida. Ésa es la diferencia entre esta clasificación y las eliminaciones de otras veces: que iban todos a una, mezclando jugadores con solera, jóvenes con talento y gente con ganas, y alguien detrás con los galones para dirigirlos hacia el objetivo.

Anoche lloró Pau Torres. Un chico del pueblo de toda la vida. Un chaval que se ha criado en los valores de esta gran institución. Si alguien quiere saber lo que podíamos sentir los aficionados anoche, basta con ver su entrevista recién concluido el encuentro. Las lágrimas de Pau fueron las de todos, incluidas las mías, que lloré amargamente el descenso del equipo hace ya nueve años, también por estas fechas, o hace quince con el famoso penalti de Román. Ayer, 6 de mayo de 2021, lloré de nuevo por culpa del Villarreal Club de Fútbol, pero esta vez, por un motivo precioso y apasionante: el saber que, a finales de mes, voy a ver a mi equipo competir contra uno de los grandes clubes de la historia de este deporte, sin miedo y con toda la confianza depositada en ellos. A por todas.