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lunes, 20 de mayo de 2024 | Última actualización: 08:25

El Síndrome de Homer

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Pablo Royo. Humanista.

“Es importante saber escabullirse de las cosas. Es lo que nos diferencia de los animales. Excepto de las comadrejas”, es una de las virtuosas frases de Homer.

Su creador, Matt Groening se basó en su propia familia, disfuncional, para editar posiblemente la serie cómica más célebre de la historia de la televisión, The Simpsons, con un formato de comedia experimental que se opone a la razón e intenta demoler a la cultura con un humor absurdo que ha conquistado a los telespectadores.

El conjunto de editores ha tenido la lucidez de representar como nadie la estupidez humana a través de un monigote amarillo que encarna la caverna platónica –la esclavitud intelectual-, y lo más sorprendente es que nos hace gracia, y nos partimos el culo con él. Pues es un gilipollas con el que uno empatiza, y más de uno se identificará.

Quizás se deba a que hay algo de Homer en nuestro ADN que hace que le tengamos simpatía, o tal vez nos enganche el exacerbado cinismo que muestra su hiriente ignorancia, o probablemente sea como declaró Entertainment Weekly que “aclamamos al patriarca al ser su alegría tan palpable como su imponente estupidez”.

The Simpsons es una parodia que satiriza a la familia norteamericana, y por extensión occidental. Pues el modelo europeo está siendo copia y pega del estadounidense, una imitación perfecta de préstamos económico-culturales: Shopping Centres, Fast Food, Sex Shops, Junk TV, Big Brother, Reality Shows, Sports, Gossip Magazines… que nos tragamos diariamente.

Pero de esto no tiene culpa este gordo holgazán, pues tiene puntazos que son capaces de desatar una carcajada al hombre más insulso del planeta. Lo preocupante es que el  Síndrome de Homer está de moda en el centro de nuestras vidas cotidianas, convirtiéndose esa ironía que expresa lo caricaturesco de lo grotesco en la serie en algo miserable y aprehensivo en la vida real. Pues el pelado de Homer encarna el estereotipo en sentido peyorativo de obrero estadounidense: machista, torpe, vago, padre irresponsable con desmotivación laboral, y sumamente egocéntrico y envidioso.

Pues los efectos de la caja tonta, como a Homer, han mutilado la inquietud, la lectura, la vocación, la conversación familiar, el espíritu crítico y dialéctico del individuo de hoy, también enclaustrado en una realidad aparente de la que no es capaz de salir.

Como al señor Homer, al hombre occidental le da todo absolutamente igual, le importa una soberana mierda lo que suceda en el mundo, e incluso al otro más cercano con tal de que a él le vayan las cosas bien. Ésa es la epidemia moral que sacude a la sociedad que vive alienada por el consumismo, adicta a la red y desinformada por la inmediatez que nos engulle y nos idiotiza, convirtiendo al ciudadano en individuo, desligado de lo social y por lo tanto de los asuntos públicos que le conciernen.

La sociedad capitalista e individualista de hoy fabrica idiotas que tienen como denominador común la indiferencia que rinde culto al extravío nihilista del hombre que ya no cree ni en su miserable sombra. Exilio social que al unísono se desgaja ineludiblemente de sí mismo, pues uno no puedo vivir sin el otro que lo comprende, y en definitiva lo define. Porque tal indefinición humanista que sepulta el imperativo categórico kantiano, es decir, la dignidad como fin en sí mismo, no lleva a otra cosa que a una desafección política que estamos pagando muy caro.

De ahí, que la trombosis intelectual desencadene una solemne depresión, acrecentada por la ineptitud y corrupción política que están drogando de insolencia a una ciudadanía que se atonta y vive anestesiada. Sin duda, Homer encarna el esplendor de la decadencia moral y cultural que adolece el humano, que no da valor ni sentido a nada.

Como crítica social, la serie es despiadadamente superrealista, no pesimista, sino una verdadera obra de arte que muestra el carácter nocivo y desolador de una sociedad que se aleja del conocimiento, y sucumbe a la inmoralidad. Así, trata en sus capítulos temas tan controvertidos como: contaminación global, problemas educativos, fanatismos, corrupción política, hipocresía de la Iglesia, ineptitud policial, religión como refugio, con una irreverencia que aunque aparente ser subversiva y gamberra, en el fondo pretende hacer una crítica al sistema establecido desde un prisma sociológico.

El periódico británico The Sunday Times define la serie como “la creación cómica más grande de los tiempos modernos”. Quizás su éxito, en parte, se deba a que el hombre de hoy, como Homer, no tiene otra cosa mejor que hacer que ponerse enfrente de la televisión con una cerveza en la mano y ver The Simpsons una tarde cualquiera.