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miércoles, 24 de abril de 2024 | Última actualización: 20:53

Una democracia de arribistas

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

He tenido esta semana la oportunidad de relatar a un grupo de estudiantes, en puertas de su ingreso en la universidad, las peripecias de Luis Lucia, en plena guerra civil, por haber tenido la osadía de condenar el levantamiento militar de Franco. Su telegrama de adhesión a la República no le valió para que ésta dejara de perseguirlo como enemigo político y ese mismo telegrama fue la prueba de cargo para su condena a muerte por los tribunales de la represión franquista. Los chavales abrieron unos ojos como platos y uno de ellos no pudo evitar expesar su extrañeza de que un “tío de derechas pudiera ser demócrata”. Algo insólito y más propio de marcianos.

Me dejó pensativo este comentario y me alarmó el comprobar qué grado de adoctrinamiento político se está practicando en nuestras aulas de secundaria. Si, después de pasar por ellas, la conclusión consiste en que ser demócratas es sinónimo de ser de izquierdas, todo parece indicar que la asignatura educación para la ciudadanía es un estrepitoso fracaso. El mismo estrépito con que fracasó la II República porque su sector más izquierdista, que era la mayoría de republicanos, quiso tener la exclusiva sobre ella sin permitir que la derecha se pudiera hacer republicana, temerosa de perder sus privilegios. Es lo que sugiere el profesor Nigel Towson, que aquella república no pudo ser porque no fue la república de todos los españoles. Fue una ocasión perdida entre el fanatismo de la izquierda y el oscurantismo de la derecha.

Todos estos traumas colean y siguen produciendo vértigo y mareo en nuestro inconsciente colectivo, como el que estamos viviendo estos días.   Me refiero al seísmo electoral que ha provocado la abdicación de Juan Carlos I y las dimisiones en cadena dentro del PSOE. Sorprende que con sólo dos escaños de diferencia, el PSOE haya puesto patas arriba todo su edificio orgánico y, en cambio, en el PP duerman  la siesta de una victoria que de tan pírrica resulta vergonzante. Y alarmante, a la espera de su San Martín. ¿Cómo es posible tal diferencia de conclusiones y estados anímicos? Lo explica el poder, su detención y su disfrute. No son las urnas directamente, que sólo son un reflejo de una soberanía popular con sordina, sino el reparto del botín al amparo de la injusta aritmética de d’Hont.

Quien tiene el poder lo tiene todo. Como en las peleas entre cabestros para conseguir la jefatura de la manada así ocurre entre los grupos humanos. Mientras el cabestro impera infunde veneración y respeto en el grupo. Cuando el jefe flaquea, y encima es perdedor, los cabestros pretendientes lo castigan y cornean hasta la muerte. Es así como la etología sirve de espejo cruel a la realidad política. Por eso tuvo reflejos Rubalcaba al dimitir rápido para conseguir árnica de la manada.

Con el baile de candidaturas a su sucesión, se ha visto claro el desconcierto de los barones que primero apoyaron sin fisuras a la ‘ganadora’ de las europeas en Andalucía. Una vez que Susana Díaz, por miedo a perder la Moncloa, ha preferido la seguridad de San Telmo y se ha retirado de la contienda, todos hacen mutis perdiéndose y silbando por el foro sin atreverse a manifestarse por nadie, no vaya a ser que, en caso de no acertar la quiniela del congreso, toda expresión de preferencias se les vuelva en contra y en causa de caída en desgracia ante la nueva  jefatura. Eso tiene un nombre. Arribismo. Pero no hay que olvidar que lo más digno en la democracia radica a veces en los perdedores, que muy a menudo tienen razón. Y por eso pierden. Es lo que le ocurrió a Luis Lucia, un demócrata de derechas.