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martes, 19 de marzo de 2024 | Última actualización: 23:58

La fe en Cristo resucitado

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

En el Credo confesamos que Jesús, muerto y sepultado, al tercer día resucitó de entre los muertos. Cristo ya no está en el lugar de los muertos. Su cuerpo enterrado el Viernes Santo ya no está  en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. "El no está aquí: Ha resucitado", les dice el ángel. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.

¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo vive glorioso junto a Dios. Su resurrección no es la vuelta a esta vida para volver a morir, sino el paso a una vida gloriosa e inmortal. La resurrección es la clave para interpretar toda su vida y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, nuestra fe estaría vacía de contenido. La resurrección de Cristo es tan importante que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación.

La resurrección de Jesús nos revela que Dios no abandona a la humanidad ni su creación. Y, porque Cristo ha resucitado, es posible un mundo más justo, más fraterno, más dichoso, un mundo según el deseo de Dios. Desde entonces, la esperanza no es una utopía sino una actitud fundada y realista. Desde la resurrección de Cristo cabe pensar en una sociedad más humana, más solidaria, más dichosa, más según Dios; en una Iglesia más evangélica, más de Dios y más de los pobres, más creyente, más fraterna y más apostólica y más orante. Todo esto es posible porque Cristo ha resucitado.

Es importante recordarlo en tiempos de pesimismo social y eclesial. Existe hoy en la Iglesia y en la sociedad, una tendencia bastante generalizada a creer que la oscuridad es más espesa que la luz. Que la increencia es más fuerte que la fe. Que la corrupción es más fuerte que la honradez. Que la mentira es más poderosa que la verdad. Que la esclavitud es más fuerte que la libertad. Que el egoísmo es más potente que el amor. Que la tristeza es más persistente que la alegría. Que la muerte es más definitiva que la vida. Que el pecado es más vigoroso que la gracia. Pues bien: sucumbir a esta tendencia equivale, en la práctica, a negar la resurrección de Jesucristo. Porque creer que Cristo ha resucitado significa que El ha inyectado en el corazón de la historia un fermento, una levadura, un brote de vida, que nada ni nadie podrá apagar. Creer en Jesucristo resucitado significa que Dios ha apostado efectivamente por la humanidad, por la Iglesia, por mi y por ti. Dios ha dicho si al hombre nuevo y a la humanidad nueva al resucitar a Jesucristo. Él no ha resucitado en vano por mí.

De aquí se deriva una actitud básicamente positiva ante las personas, la sociedad y la Iglesia, pese al pecado y todo lo negativo que podamos encontrar. Cristo ha resucitado y Dios acabará ganando. Y ello nos da fuerza para luchar contra el pecado y sus manifestaciones, para que la gracia, el amor de Dios, y la resurrección prevalezcan sobre el mal, el pecado y la muerte. La pregunta capital es esta: ¿creemos esto?, ¿nos lo creemos de verdad?. Feliz Pascua de Resurrección