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jueves, 18 de abril de 2024 | Última actualización: 23:06

Tiempo de Adviento

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Este Domingo comienza el tiempo litúrgico del Adviento. La palabra latina “adventus” significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo y el tiempo de Adviento abarca las cuatro semanas que preceden a la Navidad y preparan para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, el Mesías y Salvador.

El Adviento mira al pasado, al presente y al futuro. Al pasado porque Jesús, el Mesías anunciado por los profetas y esperado por el pueblo de Israel, ya vino en la debilidad de nuestra carne en Belén; Dios ha entrado ya en nuestra historia; es la “primera” venida del Hijo de Dios. El Adviento mira también al futuro, hacia la ‘segunda’ venida de Jesucristo en gloria y majestad al final de los tiempos en que llevará a total cumplimiento su obra de salvación y reconciliación de toda la creación.

Y el Adviento mira además al presente. En la primera antífona de las Vísperas del primer Domingo de Adviento rezamos: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador”. La liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. No se usa el tiempo pasado ni el futuro sino el presente: “Dios viene”. Se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que está ocurriendo constantemente. En todo momento “Dios viene” a nosotros. Dios nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros; quiere venir, vivir en medio de nosotros y permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad: Dios viene a salvarnos.

Dios viene constantemente a nuestro encuentro en su Palabra, en los Sacramentos, en el prójimo, en el pobre y necesitado, en los acontecimientos de la vida y en su Iglesia. Por esta razón hemos de pedir a Dios, que avive en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene. Vivir el Adviento comporta mirar más allá de las apariencias, abrir nuestra mirada y nuestro corazón a Dios, dejar que se despierte en nosotros el deseo de dejarnos encontrar personalmente por Dios en su Hijo Jesucristo. Este encuentro renueva la alegría y la esperanza. Todos hemos de vivir atentos para acoger la venida de Dios y los cristianos para vivir en el día a día la novedad de la vida bautismal y las exigencias de nuestro seguimiento fiel del Señor en el seno de su familia, de su Iglesia, que es nuestra Iglesia diocesana.

El hombre de hoy busca ansiosamente la felicidad; con frecuencia la busca lejos de Dios. En Jesucristo es donde el hombre y la mujer descubren su verdadera imagen, su verdadero destino y su pertenencia a un mundo nuevo. Dios viene para todos.