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lunes, 29 de abril de 2024 | Última actualización: 11:35

Responsables y prudentes en el tráfico

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Cercana la fiesta de san Cristóbal, patrono de los conductores, el primer domingo de julio celebramos en la Iglesia la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Es un día que llama a todos, conductores y peatones, a la responsabilidad y la prudencia en el tráfico. Ya el Concilio Vaticano II recordaba que “algunos subestiman ciertas normas de la vida social, por ejemplo, las referentes a las normas de vialidad, sin preocuparse de que su descuido pone en peligro la vida propia y la vida del prójimo” (GS 30).

La movilidad humana constituye una realidad habitual en nuestra sociedad. Millones de vehículos llenan nuestras calles y carreteras como algo imprescindible para los desplazamientos, unas veces para acudir al trabajo y otras veces para salir con la familia o los amigos. Especialmente intenso es el tráfico en estos días del verano. Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así.

Los desplazamientos de un lugar a otro son expresión de la vida como viaje y como camino. Los cristianos sabemos que en nuestra vida no caminamos solos. Dios se ha hecho Enmanuel, Dios-con-nosotros. Dios está y camina con nosotros. Por ello, el lema de la Jornada de este año dice: “Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará” (Salmo 37,5). El salmista nos hace una invitación directa y personal a cada uno de los conductores a encomendarnos a Dios al comienzo del viaje y a los viandantes al salir de casa. Es un gesto que solemos hacer no pocas personas: rezamos a Dios y ponemos en sus manos nuestro camino con la seguridad de contar con su ayuda.

Una forma sencilla de orar al comienzo del viaje o al salir de casa es hacer la señal de la cruz. Un gesto sencillo, pero de un gran significado de fe, el de santiguarse “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Al ponerse de viaje se puede rezar también el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria.

La oración, además de ponernos en relación con Dios, estimula nuestra responsabilidad. La oración no es algo mágico. Rezar para tener un buen viaje nos estimula a poner los cinco sentidos para conducir con responsabilidad y prudencia, no por temor a la multa, sino por amor a Dios y al prójimo, y, de este modo, evitar cualquier accidente o muerte. Creer en el “Señor, amigo de la vida” (Sab 11,26), exige de nosotros el cuidar de esta, la nuestra y la de los demás, con todo mimo y dedicación.

Redoblemos nuestra responsabilidad y prudencia como conductores y peatones.