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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 21:59

Iberoamérica, a la izquierda

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El socialdemócrata Lula da Silva, acaba de recuperar el poder en Brasil desbancando a Bolsonaro por el escasísimo margen de 51-49 lo que, pese a las buenas intenciones del nuevo presidente de gobernar para los 217 millones de brasileños, en realidad deja al país dividido haciendo difícil la gobernabilidad en especial por tener la oposición conservadora, la fuerza del Parlamento.

La pirueta vital de da Silva es inimaginable en la casi totalidad de los países de nuestro entorno. Regresa al poder después de doce años de haberlo dejado acusado de graves cargos de corrupción, lo que le valió casi dos años de cárcel aunque finalmente fuera agraciado por la justicia. En nuestras latitudes semejante biografía seria impensable, excepto en Italia, claro está y de alguna forma también en Rusia, pero esa sería otra historia.

Con la victoria socialista en Brasil, la casi totalidad del continente se encuentra en manos de la izquierda. Solo tres excepciones: el gobierno social-cristiano de Guillermo Lasso en Ecuador, el partido Nacional de Luis Lacalle en Uruguay y el Partido Colorado de Pedro Alliana en Paraguay. Tres países que suman en total 29 millones de habitantes frente a los 610 millones del resto.

Un resto en que se adscriben todo tipo de izquierdismos desde el más radical comunista de Cuba, Nicaragua y Venezuela, con escasas perspectivas de cambio, a la mayoría de los restantes, sujetos a los vaivenes electorales.

Iberoamérica ha venido siendo tradicionalmente región de fuerte influencia económica y cultural europea (especialmente española) y estadounidense que eran de lejos los principales socios comerciales e inversores financieros.

Hasta finales del siglo XX, la Unión Soviética apoyaba los escasos núcleos de resistencia anti capitalista, apoyo que continuó simbólicamente la Rusia post soviética.

Pero en las últimas décadas, China ha penetrado decididamente en el continente. En el terreno comercial se ha situado ya en primer lugar, aunque los Estados Unidos siga siendo el primer inversor alcanzando el 20% de toda la presencia financiera externa en el continente.

China se presenta, paradójicamente, como un inversor políticamente desinteresado y deseoso únicamente de obtener dividendos seguros de su capital. Abarca éste, desde préstamos por valor de 137.000 millones de dólares en los últimos diez años, hasta inversiones por 120.000 millones en el mismo periodo de tiempo, en sectores tan diversificados como transportes, con la construcción de un ferrocarril transoceánico que iría desde Brasil a Perú; construcción de puentes, uno de ellos sobre el Canal de Panamá, hablándose incluso de perforar un segundo canal paralelo al actual. Construyó China una base para la exploración espacial en la Patagonia argentina, base que es mirada con recelo en Argentina y en Occidente por sus implicaciones militares.

Las inversiones chinas cubren prácticamente todos los campos: el energético, la alta tecnología, la telefonía siendo Huawei líder en este campo. China está omnipresente en América Latina, una presencia que unida a la existente en África y en Asia deja para el bloque occidental el predominio en Estados Unidos, Canada, Europa, Corea, Japón, Australia y Nueva Zelanda.

No va a ser fácil modificar esa situación y esa tendencia que, por el contrario, tiene todas las trazas de consolidarse en especial mientras no surjan líderes más imaginativos en EEUU y en Europa.