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jueves, 25 de abril de 2024 | Última actualización: 18:24

En el segundo año de guerra

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El 24 de febrero se cumplió el primer año del conflicto en Ucrania que en realidad había comenzado nueve años antes cuando en 2014 Rusia ocupó Crimea e invadió la zona de Donbas.

El conflicto continúa violentamente con un número de muertos y heridos escandalosamente alto pero difícil de precisar ya que las cifras que dan los dos bandos en liza son profundamente diferentes, aumentando las bajas del enemigo y reduciendo las propias.

Lo cierto es que esta guerra, esta invasión de Ucrania por Rusia, no lleva trazas de acabar. Ucrania no está dispuesta a dar por perdido ni un metro de su territorio y Rusia no quiere salir del conflicto con el rabo entre piernas. Mientras occidente siga apoyando a Zelenski, Kiev no arrojará la toalla.

Y sin embargo, pronto o tarde la negociación diplomática deberá prosperar. La guerra no puede durar eternamente. En principio existen instrumentos jurídicos internacionales suficientes para comenzar la negociación. Todos los documentos diplomáticos aprobados mundial o regional lo dicen con claridad; la Carta de Naciones Unidas o el Acta de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa acuñan el principio del respeto a la soberanía nacional, la libre elección del sistema de gobierno y el respeto a las fronteras salidas de la Segunda Guerra Mundial. Es muy sencillo recordar cuales eran las fronteras de Ucrania en 1945. Rusia sin embargo cuestiona aquellos principios basándose en dos razonamientos principales.

El primero de ellos es que las fronteras reconocidas tanto por la ONU como por la OSCE eran, en el Este europeo, las de la URSS y no las de las quince repúblicas que la integraban, entre ellas Ucrania.

El segundo argumento es que Rusia y China firmaron en marzo del 22 un documento bilateral que suponía la denuncia del orden mundial existente y la implantación de un nuevo orden que no ha sido aceptado ni reconocido por la inmensa mayoría de los países del mundo.

Es cierto que muchos de los estados integrantes de la antigua URSS, en especial los tres bálticos, Bielorrusia y Ucrania habían recibido fuertes contingentes de ciudadanos rusos -en el caso de Ucrania representaban el 17% de su población-, que lejos de integrarse armoniosamente en los países de llegada, dificultaron su gobernabilidad.

Ello fue particularmente cierto en el caso del Este de Ucrania, la zona minera e industrial del Donbas y las zonas marítimas de los mares Azof y Negro que, por el momento, han pasado total o parcialmente a manos rusas.

La absurda acusación de Moscú de que la política fascista de Kiev se escuda detrás de la violación de la frontera ucraniana para rescatar las libertades de sus conciudadanos, es inaceptable.

En el fondo, lo que inquietó a Putin y a Rusia -el pais más grande del planeta, cinco veces mayor que la Unión Europea en su conjunto, 35 veces mayor que España- era la legítima aspiración de Ucrania de seguir el camino de los tres países bálticos y de los seis aliados del antiguo Pacto de Varsovia, desde Polonia a Bulgaria, integrándose en la Unión y en la OTAN.

Y esto es algo que la Rusia de Putin, anclada en conceptos de los tiempos de la Guerra Fría se resiste a aceptar ignorando que en el continente americano, los Estados Unidos y Canada tienen una vecindad actual plagada de regímenes de izquierdas, bolivarianos y comunistas.

No será fácil que de esta guerra Ucrania pueda salir territorialmente como entró. Pero lo que quede de ella, y esperemos que sea casi todo, Ucrania estará integrada en la Unión Europea y en la OTAN. Ojalá para entonces Rusia haya puesto al día su visión del mundo.