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sábado, 14 de junio de 2025 | Última actualización: 22:41

El cuidado de los sacerdotes mayores

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El día 12 de junio, la Iglesia celebra la Fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, según el orden de Melquisedec. Jesucristo es el mediador entre Dios y los hombres que, para cumplir la voluntad del Padre, se ofreció a sí mismo en el altar de la cruz de una vez para siempre como víctima de salvación en favor de todo el mundo. Al instituir el sacrificio de la eterna alianza, Cristo elige con amor de hermano a hombres para que, al repetirlo constantemente en la Iglesia, se renueve la abundancia de la gracia divina en la Misa.

Esta Fiesta es un día para dar gracias a Dios por nuestros sacerdotes y para recordarlos en la oración y con gestos concretos. Entre otras acciones, en nuestra diócesis venimos celebrando desde hace unos años en este día un encuentro con los sacerdotes mayores de 75 años en la Casa sacerdotal en Castellón.

El papa Francisco nos decía con frecuencia que una sociedad está enferma si no cuida la vida desde su concepción hasta su final natural, y si no cuida el final de la vida de nuestros mayores. En uno de los encuentros con los obispos de España nos recordó la necesidad de cuidar también a los sacerdotes mayores, “no aparcándolos”, sino ofreciéndoles seguir colaborando con su ministerio sacerdotal, mientras puedan hacerlo. Su merecido descanso no significa, como tantas veces hace la sociedad con los mayores, que ya no cuenten para nada y, peor aún, que caigan en el olvido. Nos pidió que no olvidemos a los sacerdotes jubilados que han dado lo mejor de sus vidas al servicio de la Iglesia y de la humanidad.

Nuestros mayores son lo mejorcito de la humanidad. Es justo y necesario no solo ser agradecidos con ellos, sino también contar con ellos. Su experiencia de vida y su sabiduría nos enriquecen. ¡Cuántos sacerdotes mayores jubilados siguen siendo referencia para los demás por toda una vida entregada, gastada y desgastada en el ministerio, a veces en momentos históricos difíciles y complicados! Me consta la generosidad y la entrega de tantos sacerdotes mayores que siguen ofreciendo lo que son y lo que tienen al servicio de la Iglesia. Su amor a Cristo y a su Iglesia no se ha enfriado, no se enfría jamás.

Entre todos hemos de cuidar a los sacerdotes mayores sea que están en la Casa sacerdotal, en sus casas o en residencias. Este cuidado corresponde en primer lugar a los sacerdotes; son nuestros hermanos de presbiterio y compañeros de fatigas. Pero también corresponde a sus antiguos feligreses, conocidos y familiares. Siempre agradecerán una llamada, una visita o acompañarlos a dar un paseo. Preocupémonos para que no les falten las atenciones necesarias, humanas, psicológicas y espirituales.