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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

Día del seminario

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

Este Domingo celebramos el Día del Seminario. Este año dedicado a san José lo hacemos con el lema Padre y hermano, como san José. Porque los sacerdotes, formados como Jesús en la escuela de Nazaret, bajo el cuidado de san José, son enviados a cuidar de cada persona, con corazón de padre y como un hermano.

El Seminario es la institución diocesana a la que está encomendada la tarea de forjar nuestros futuros sacerdotes. Tiene la delicada tarea de acoger, discernir, formar y ayudar a fructificar las vocaciones sacerdotales. Como en la familia de Nazaret se formó Jesús para la misión recibida de Dios-Padre, así también en el Seminario se forman los que han sido llamados por Dios al sacerdocio para que puedan llegar a ser imagen viva, de Jesucristo, Sacerdote y Buen Pastor.

Nuestra Iglesia diocesana necesita sacerdotes, que cuiden con corazón de padre y como hermanos, a cuantos el Señor les confía. La vitalidad de nuestra Iglesia en sus comunidades depende en buena medida de la calidad humana, espiritual, intelectual y pastoral de nuestros sacerdotes y de su formación en el Seminario.

Necesitamos sacerdotes que, identificados con Cristo, sean verdaderos discípulos suyos y misioneros del Evangelio; maestros que lleven al encuentro personal con Cristo; pastores que trabajen para que nuestras comunidades sean vivas y evangelizadoras; y guías que salgan y alienten a salir a la misión.

Los seminaristas y el Seminario no nos pueden ser indiferentes. Nuestra preocupación por las vocaciones y por el Seminario y nuestra implicación en su buena marcha debería ser permanente. También siendo generosos en la colecta de este día.

Hoy no es fácil hablar de vocación. El contexto cultural propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. Falta una visión de la persona como proyecto de vida. El futuro de adolescentes y jóvenes se plantea, casi siempre, reducido a la elección de una profesión. Sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación.

Dios llama a cada uno a la vida por amor, para amar y para ser amado. Este el proyecto de Dios para cada uno. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total de sí por el bien del otro sea en el matrimonio, en la vida consagrada o en el sacerdocio. La vocación es su propuesta a vivir la llamada al amor.

En ella encuentra cada uno su identidad, que garantiza su libertad y su felicidad.