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lunes, 13 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:59

Caperucita vive

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Juan José Pérez Macián. Concejal delegado del Área de Gobierno de Hacienda, Modernización y Administración Municipal del ayuntamiento de Castellón.

A los grupos de la oposición en el Ayuntamiento de Castellón les cae mal Caperucita. No la soportan. Y para acabar con ella han encontrado la solución perfecta: leen el cuento hasta el momento en que el lobo se come a Caperucita y, entonces, lo cierran con la velocidad del relámpago, pillándose incluso los dedos. Solucionado: ya no hay Caperucita. ¡Y tan felices!.

Sea cual sea el cuento o la realidad, estos partidos de izquierda van leyendo y leyendo y, en el momento en que alcanzan un grado de placer tan intenso que creen no poder gozar más...dejan de leer, se relajan y disfrutan del momento creyéndolo eterno...ahhhhhhhh.

Esta técnica, de muy dudoso rigor, la aplican a todo cuanto les interesa y siempre que les interesa. Sin ir más lejos, como también les cae fatal la Iglesia Católica, cogen la Constitución Española de 1978, van al artículo 16 y comienzan su lectura: “se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. Ninguna confesión tendrá carácter estatal...”  ¡AHHHHH!

sumo grado de placer porque han acabado para siempre con la Iglesia Católica de sus odios y temores. “Lo dice la Constitución, lo dice la Constitución”, repiten sin descanso. Y, lo dicho, no siguen leyendo el artículo 16, no sea que el final del texto les estropee el festival en que se revuelcan henchidos de gozo y felicidad.

Todos los demás, los que no somos de esa izquierda de cuento,  manipuladora y soberbia, seguimos leyendo, claro. Y el artículo 16 de nuestra Constitución continua así: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.  Ahora sí, fin de  la cita.

Este final del precepto constitucional, si lo leyeran, les devolvería a la realidad de un Estado aconfesional, sí. Pero un Estado con una historia, un pasado, un recorrido humano de sus gentes, con sus vivencias, sus creencias, sus logros y sus sufrimientos. Una historia inevitablemente unida a una religión que durante siglos formó parte de la realidad de quienes antes que nosotros la forjaron. La Constitución reconoce esa realidad que tanto molesta a la izquierda. La Constitución es clara: El Estado es aconfesional. La administración es aconfesional. Los Ayuntamientos son aconfesionales. Las administraciones, los poderes públicos, ni son laicistas, ni son ateos. Son aconfesionales. Cierto. Pero la ciudadanía es como es y tiene las convicciones que tiene, o no tiene ninguna. Al ciudadano que no tiene convicciones, se le respeta. Pero al ciudadano que las tiene se le respeta también, y además se le apoya desde los poderes públicos y se le facilita la práctica de su creencia porque así lo determina la Constitución primero y la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980 después.

Respetar a quienes no tienen convicciones religiosas, o tienen otras distintas de la católica es una obligación establecida por la Constitución.¡Bravo!. Pero respetar a quienes no tienen convicciones religiosas, o tienen otras distintas de la católica no puede llevar a actuar a los poderes públicos como si todos los ciudadanos fueses agnósticos o ateos. Los ciudadanos católicos, en España, tienen unos derechos que el Estado y sus Administraciones han de tutelar, por mucho que esta realidad aborrezca a los partidos de izquierda.

Lo siento por ustedes, señoras y señores de la oposición, pero Caperucita vive.