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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 21:59

Una apuesta europea, que España desprecia

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Santiago Beltrán. Abogado.

El pasado viernes día 19 de julio, tuvo lugar en Marsella (Francia) el encuentro anual de la AECT (Asociación Europea de Cazas Tradicionales), con presencia de la totalidad de países del sur del continente (Francia, Italia, Grecia, Portugal, Malta Chipre y España). Además estaban invitadas y presentes las asociaciones cinegéticas, culturales y científicas de mayor prestigio a nivel europeo, cuando de aves y migración se trata en Europa (FACE –Federación de Asociaciones de Caza Europeas-, OMPO –Organización relativa a la migración del Paleártico occidental-, AICO –Asociación Internacional de Imitación del canto de los pájaros-, e IMPCF (Instituto Mediterráneo del Patrimonio Cinegético y Faunístico).

Y allí estaba también -invitados especialmente por el Presidente de la AECT y a su vez, de la Comisión de Derecho Penal Europeo, el Iltre. Dr. Don Giovanni Bana-, y representando a España, la reconocida a nivel europeo APAVAL (a través de su Presidente, su Vicepresidente y su asesor jurídico), aunque injustamente denostada y maltratada a nivel interno, como ocurre por desgracia con muchas otras actividades, personas, organizaciones e instituciones patrias, que han de sufrir el quebranto de persecuciones y difamaciones por parte de ignorantes desinformados, más preocupados en justificar empleos y ocupaciones -más papistas que el Papa, como se suele decir- que en dar valor a los principios verdaderamente importantes del ecologismo: respeto a la biodiversidad, a la flora y fauna, a los hábitats y a los ecosistemas.

Por suerte, en Europa la caza tradicional no solo es un valor, sino que es un bien en alza, porque a diferencia de otras prácticas cinegéticas, va necesariamente unida a los estudios científicos, y este es sin ninguna duda su futuro, la razón y fundamento de su aceptación y comprensión por la sociedad civil continental.

En la cita a la que nos referimos, se ha dado especial relieve a la necesidad de que Europa y sus instituciones políticas tomen conciencia de que la caza tradicional es fruto directo de la ruralidad del ser humano, en todas su variantes y componentes, inseparable del trabajo de la tierra, del cuidado del campo y la montaña, del respeto al paisaje, del mantenimiento y alimentación del agricultor y su familia, de la conservación de los pueblos agrícolas y de su interrelación y dependencia intrínseca.

La ruralidad es también por ello, necesariamente, cultura, justamente la que va intrínsecamente unida al ser humano en su estado más natural, la que le ve nacer y avanzar y la que le trasciende hacia la definitiva conformación de las civilizaciones. Pero la ruralidad de las cazas tradicionales es la quintaesencia de dicha cultura, porque es originaria al ir unida inseparablemente de la migración de las aves, que le da significación y la justifica, y porque con ella se da pleno conocimiento de las especies, de las aves que todos los años necesitan buscar climas más benignos para aparearse, reproducirse y conservarse.

La captura de las mismas permite su control y mantenimiento óptimo y necesario para su equilibrio natural. A este cazador, sedentario, agricultor, apegado al campo de cultivo (adquirido con su propio esfuerzo o heredado de sus antepasados), le permite relacionarse con otras tierras, con otras costumbres y tradiciones, lejanas en distancia, próximas en el sentimiento y en su práctica. Es gratificante averiguar, cómo, personas y tierras tan aisladas del resto, tan distantes y distintas, son capaces de coincidir y asemejarse tan profundamente en sus ritos, usos y costumbres, y todo ello gracias a las aves y a sus migraciones. Es sencillamente sorprendente como la fabricación de los medios y artes de captura, la utilización de los reclamos naturales y sobretodo, de los nacidos de la imitación del canto de los pájaros por el hombre cazador tradicional, son tan iguales y semejantes entre los campesinos de Portugal, de Francia, Italia, Malta, Eslovenia o España.

La ruralidad es, por supuesto, costumbre social, arraigada al hombre que trabaja la tierra y cuida los campos y los caminos, de su gastronomía, de sus celebraciones y reuniones sociales, y por ello mismo es cultura, porque nace de lo más profundo del hombre y de la tierra y  consecuentemente, por todo ello, es patrimonio de la humanidad, que, como tal, debe alcanzar un reconocimiento institucional e internacional, absolutamente merecido. Solo la investigación científica, por la que todas las organizaciones europeas apuestan decididamente, incluida la nuestra de Apaval, será capaz de dar razón y sentido  al mantenimiento y perpetuación de esta cultura tan peculiar e íntima y únicamente la ciencia explicará que la conservación de las especies migratorias precisan de la caza tradicional, como ésta precisa de la pervivencia y buen estado de conservación de las aves, para que todos los años, invariablemente, desde el albor de los tiempos, los pájaros (y muy concretamente los túrdidos), realicen el milagro de visitarnos en su viaje postnupcial hacia África, y en el de regreso a sus hábitats naturales en el norte frío del continente europeo.

España, una vez más, parece decidida, por el desconocimiento y maledicencia de unos junto y la dejadez y cobardía de otros, a abandonar este camino de tolerancia, respeto, investigación y reconocimiento.