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viernes, 19 de abril de 2024 | Última actualización: 19:37

‘Hic sunt dracones’

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Rafa Cerdá. Abogado.

“Aquí hay dragones”. Con estas palabras, los artesanos medievales de la Cartografía señalaban en los mapas aquellos territorios inexplorados, poblados por peligrosos bárbaros sin civilizar, y en cuyas fronteras era mejor no entrar. Siglos atrás, el mundo empezaba a cambiar con el descubrimiento del continente americano y la expansión de las rutas comerciales hacia la India y el lejano Oriente. El miedo que denotaba la frase “Hic sunt dracones” fue superado por el espíritu de ambición y coraje del siglo XVI; el propio mundo se convirtió en la única frontera.

Y en nuestro agitado siglo XXI, ocurre todo lo contrario: un planeta intercomunicado, donde la inmediatez de la información y del conocimiento se convierte en el estandarte de la tecnología, volvemos a tener miedo de aquello que huela a ‘extranjero’ y a ‘distinto’. Las fronteras se convierten en muros, políticos de nuevo cuño (pero muy antiguos en su dogma y muy escorados a ambos extremos) califican a los que no piensan como ellos de “casta” o bien consideran a los inmigrantes como potenciales enemigos que se introducen dentro de nuestras fronteras.

No son tiempos fáciles, el miedo se ha instalado en demasiados sectores de la población. La elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, prometiendo un ‘América para los americanos’ es el claro síntoma de este miedo. En Europa, la extrema derecha comienza a asomar claramente su rostro, afirmando que los movimientos migratorios incrementan el peligro del terrorismo yihadista radical islámico, si bien obvian de plano que prácticamente todos los atentados perpetrados en Europa (Berlín, París, Estocolmo,…) fueron obra de nacionales fanatizados pero nacidos y educados en Occidente. Marine Le Pen ha obtenido un notable resultado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, con un porcentaje de voto superior al 22%, y a una gran distancia de los candidatos pertenecientes a los partidos tradicionales.

La ‘lideresa’ del populismo conservador (una especie de Podemos a lo reaccionario) ha construido su discurso con vaporosas promesas de “acabar con las élites mundialistas” y “salvar a Francia”.

Los partidos políticos tradicionales europeos se están viendo arrinconados por formaciones de nuevo cuño, lo que significa un hastío de los ciudadanos del modo respecto a la política: la sempiterna indiferencia ya se ha convertido en miedo, y en un miedo peligroso. Los extremismos ideológicos suben como la espuma, sin ser conscientes las sociedades que los aúpan que esta efervescencia nos puede salir muy cara. Pero mucho.

El miedo es el peor de los consejeros, vivimos tiempos difíciles, llenos de riegos y de contradicciones. Pero las paradojas del momento presente no se solventan con promesas de mayor seguridad y control de fronteras, ni en señalar un enemigo exterior. Se requiere mucha imaginación y un mayor esfuerzo en conseguir que Europa se asemeja a una Unión de Estados libres y plenamente democráticos: o se afronta una verdadera evolución en la política, o nos arriesgamos a ‘revoluciones’ de corte populista. Este siglo XXI recién comenzado no puede (ni debe) permitirse un nuevo retorno de los dragones.