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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

Los manejos de Rouco

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Con la jubilación de Rouco Varela queda velada la imagen del peor rostro de la iglesia española. Una de las primeras tareas del entonces recién nombrado arzobispo de Madrid, en 1994, fue la de enterrar a Tarancón en la sacramental de San Isidro que era todavía por aquel entonces la catedral madrileña. Al entierro del cardenal de Burriana unió su destierro de la memoria eclesial de España como la peor pesadilla de un ‘concilio equivocado’ y de una Transición traicionera e iconoclasta. Desde la Conferencia Episcopal presidida por Rouco se llegó a cercenar el homenaje que la ciudad de Burriana tributó a su hijo ilustre y al que la diócesis de Segorbe-Castellón se vio arrastrada, y de muy mala gana. Soplaban vientos de cerrazón y prietas las filas frente a una iglesia que se había esforzado en ser aperturista y conciliadora. A eso llamaban pesadilla.

Con Zapatero en la Moncloa chocaron frontalmente los dos talantes, a cuál más sectario e irredento. Fue en ese contexto como  Antonio Cañizares, cardenal de Toledo tuvo que templar gaitas y tender puentes, de donde surgió una excelente relación humana entre la vicepresidenta Fernández de la Vega y el vicepresidente Cañizares. Fueron los vices quienes salvaron la situación, dada la irresponsabilidad de los primeros espadas. Gracias a ellos, iglesia y estado no terminaron en choque frontal.

El orgullo de Rouco no supo digerir la sombra que le hacía el de Toledo, y que en su intimidad vivía como una afrenta. Removió Roma con Santiago, nunca mejor dicho, para alejar a Cañizares de Madrid y promoverlo a la Sacra Congregación del Culto para removerlo de Toledo. Se aplicó el sibilino principio curial del ‘promoveatur ut removeatur’. La sede primada lo ha sido siempre de término. Y sólo en contadas ocasiones sus primados tuvieron que abandonar el cargo. Lo hizo Bartolomé de Carranza al ser procesado por la Inquisición, y murió en Roma desacreditado y en la cárcel. Y, ya en el siglo XX, fue cesado Segura por presiones de la Républica, acabando como arzobispo de Sevilla. Más tarde Tarancón, fue trasladado a Madrid en un intento de Roma por prestigiar la figura del presidente de la Conferencia sobre la del primado. El último, a instancias de Rouco que tenía hilo directo con Ratzinger, ha sido Cañizares, que ahora deja Roma para ir a Valencia, que volverá a tener cardenal arzobispo.

Dicen de Cañizares que es hombre humilde y cercano y que se sentía en Roma como pulpo castigado en un garaje. Sucede en Valencia a Carlos Osoro, que había empezado a enderezar la diócesis y que sus colegas de la Conferencia le auparon al arzobispado de Madrid al ser elegido vicepresidente de la misma y estando cercano a la edad emérita su presidente Blázquez, al que, por otra parte, ningunearon en su presidencia anterior tanto Rouco como Cañizares. Fue un presidente amordazado.

Soplan nuevos aires, que no vientos. Y parece que el papa Francisco, como hormiga laboriosa y silenciosa, sigue adelante con su reforma discreta y suave. Los cambios de esta semana en la iglesia española son signo de ello. También queda claro que si bien Roma no castiga, como en la época clásica sigue la Roma de ahora sin pagar a traidores. No digo que Cañizares lo fuera, pero estaba de lleno en la otra plomada. Y Rouco, en el manejo de todo.