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miércoles, 24 de abril de 2024 | Última actualización: 21:31

Quemar las banderas

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

La república de Weimar nos llevó a Hitler. La monarquía de Saboya trajo a Mussolini. La monarquía de la Restauración introdujo en España a Primo de Rivera, con la bendición y apoyo de Largo Caballero. Y la II República Española creó las condiciones que nos llevaron a la guerra civil, donde todos tuvieron su parte y sus malas artes, si observamos la historia con ojos libres de maniqueísmos hipócritas. Franco, aunque pequeñazo y letal, no apareció como un hongo por generación espontánea. Hubo antes muchos cultivadores de aquella seta venenosa, donde unos aportaron la simiente y otros, la humedad y el clima apropiado para que emergiera.

De todo ello se deduce que ni república ni monarquía son sinónimos de democracia. Son tan sólo formas accidentales de organizar un estado. La esencia es el contenido legislativo, y es en ese paquete donde se juega el carácter democrático o dictatorial de un régimen político. Y no sólo ahí. Hace falta además, para que haya democracia efectiva, el talante democrático de los ciudadanos y la recia libertad de una sociedad civil que no se amilana ante las manipulaciones mediáticas ni los miedos que desde el poder siempre se lanzan para controlar a las masas.

Las soflamas republicanas de esta semana, con sus banderas tricolores, ponen en evidencia el escaso sentido crítico de muchos ciudadanos. Es como si mucha gente se hubiera empeñado en no aprender de la historia y se empecinara en el fácil recurso de tirarse al monte, donde la ignorancia y la imprudencia están en proporción directa. Ya que son accidentales las formas de estado, soy el primero en apuntarme a una república de corte moderno y democrático, pero no a esa chapuza de la continuidad de una república tricolor, aquella que se impuso por la puerta falsa y que fracasó precisamente por ser  sectaria y facinerosa. Ni jacobina fue. Llegó por la debilidad de un rey, que huyó espantado, y algunos quieren ver en la abdicación de Juan Carlos I el mismo gesto de cobardía. Tienen un grave empacho de historia, consecuencia del dogmatismo ideológico que les ha vuelto indigestas sus escasas lecturas de la historia de España y sus enanitos.

Santiago Carrillo, el viejo zorro comunista, aprendió bien la lección después de largos años de exilio y definió bien la cuestión: no se trata de monarquía o república, sino de democracia o dictadura. La tragedia de este país es volver como Sísifo siempre a las mismas andadas. En pleno siglo XXI seguimos anclados en las polémicas y cuitas políticas del XIX. Era aquella la hora de los nacionalismos y republicanismos. Los nacionalismos fraguaron en las dos guerras mundiales que dieron paso a la Europa de la modernidad, de la que todavía muchos no se han enterado después de años de encierro en el cuartel y en el convento al que nos condenó Franco. Uno pensaba que por fin éramos un país moderno. De hecho, así son ya la mayoría de españoles, los que ni siquiera ven oportuno salir a la calle a reivindicar la monarquía, que es sólo un instrumento. Pero quedan muchos todavía que prefieren seguir escuchando los viejos cuentos decimonónicos.

Los republicanos y nacionalistas de ahora son los hijos de la ira que salen a la calle con sus banderas y promesas de paraíso. A estas horas. Me asusta tanta bandera. Me traen  mal recuerdo: las gamadas, las rojas, las rojinegras y el requeté. Por mí, las pueden quemar todas. Quienes nos iniciamos a la conciencia política con las hogueras el 68 aprendimos bien el canto de los revolucionarios andinos: “dicen que la patria es un fusil y una bandera; la patria son mis hermanos que están labrando la tierra”. Y quienes ni siquiera pueden ya labrarla, habría que añadir hoy. Si no quieren quemar las señeras, pueden metérselas donde les quepa, incluidas la española y la roja, que esa sí es un escándalo de setecientos mil euros por jugador de prima en el coliseo del circo futbolístico. Lo del fútbol español es un bochorno para todo espíritu democrático, sea monárquico o republicano. Ríete del pan y circo del Tío Paco el ferrolano. Alguien, entre fobias y filias, inventó lo de la roja para seguir, con pacto, pero tragando. Siempre primó el circo sobre el teatro, tanto en la Roma imperial como republicana. Como ahora.