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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

La paradoja del tiempo

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. 

Coloquialmente todos hemos escuchado en algunas ocasiones y también hemos dicho: “que deprisa pasa el tiempo en ocasiones y según la edad”. Qué despacio pasa el tiempo cuando eres pequeño. Todos recordamos como nos pasaba el tiempo de lento, nuestra ansia por cumplir años, por que llegara Navidad o las vacaciones de verano, por ser mayores y apenas transcurrían los días y nuestros padres nos advertían: ya te harás mayor y verás que rápido pasa todo. Hoy en día, para mí, las semanas se suceden sin casi percibirlo, la vida pasa deprisa, casi sin darnos cuenta, esta es una afirmación que realizamos una vez avanzamos en edad.

El Profesor de Psicología de la Universidad de Keele en Reino Unido, Jonh Wearden, lleva investigando la percepción del tiempo durante más de dos décadas, inicialmente en animales y, más recientemente, investiga la percepción del tiempo en gente mayor “a la gente mayor los días se le hacen largos y los meses cortos”.

Por tanto, la primera cuestión que nos tendríamos que plantear, es si existe diferencia en la percepción del tiempo, dependiendo de la edad, de si somos niños, adultos o ancianos, ¿esta medida es por tanto subjetiva?, ya que existen marcadas diferencias según el momento evolutivo del sujeto, no objetiva como una medida física. Y por tanto, al igual que ocurre  en las otras tantas percepciones del mundo que nos rodea, tiene un valor interpretativo y subjetivo.

El Profesor Hudson Hoagland, identificó como la subida de la fiebre hace que la percepción del tiempo también se vea cambiada por la persona que tiene fiebre, percibe que ha pasado más tiempo del que realmente ha pasado. También en situaciones de emergencia o máximo estrés donde el sujeto tienen que poner en marcha elevadas estrategias para sobrevivir o superar una situación crítica, parece ser que los elevados niveles de adrenalina, en ese momento, junto con otros estados fisiológicos y bioquímicos estiran el tiempo y el sujeto puede tomar conciencia de muchos detalles y llevar a cabo múltiples acciones en espacios cortos de tiempo y tener la percepción de que el tiempo se alarga, no se acorta, como ocurre en el caso del aumento de la temperatura. Parece ser que ciertas sustancias químicas libres por nuestro organismo y ciertos estados fisiológicos producen cambios en la percepción del tiempo.

Nuestro reloj biológico interior se ubica en las neuronas del cuerpo estriado y manda sus órdenes al tálamo y de ahí a su vez, a la corteza donde se ubican las funciones cognitivas superiores, este cronómetro biológico, regula nuestro ciclo circadiano y, por tanto, la consecución del día y la noche (sueño –vigilia) tan ecológico y relevante en la especie humana. El reloj biológico que controla el ciclo circadiano, parece tener un tiempo de unas veinticuatro horas, más bien algo menos de veinticuatro horas en nuestra especie. Este cómputo es muy importante para la segregación de sustancias, como la melatonina, las hormonas tiroideas y otras. Otra vez aparece la necesidad ecológica de que nuestro cerebro perciba el tiempo asi y solo así…

La segunda cuestión que nos planteamos, siguiendo con las implicaciones de lo dicho anteriormente, es ¿tendrá un valor ecológico la percepción del tiempo?,  como es entendida la percepción en general. Siguiendo a Gibson, en su visión ecológica de la percepción, este autor afirmaba que percibimos aquello necesario para nuestro nicho ecológico como especie y por tanto existen diferencias en percepción según las necesidades del organismo y estas vienen determinadas por la supervivencia y capacidad de adaptación al medio de nuestra especie. Por tanto nuestra percepción solo es una  de las infinitas posibilidades que existen, valga un ejemplo, los reptiles perciben el calor en su sistema visual, el ser humano no. También existen diferencias en la percepción de los colores según especies y dentro de la misma especie, es el caso de los esquimales que perciben más de veinte tonos diferentes de blanco.

Esa visión subjetiva del tiempo, nos permite ubicar los acontecimientos vividos en pasado, presente y futuro… Da coherencia a nuestra disposición mental que, sin duda, afectará a nuestra vida y a nuestro bienestar… Evidentemente llegados a este punto tenemos que plantearnos otra cuestión más ¿es nuestro sistema neurológico el responsable último de la percepción del tiempo?, ¿qué pasaría si nuestras necesidades como especie fueran otras?,¿es por tanto una construcción neurofuncional el tiempo?, de otro modo ¿Podríamos percibir todo a la vez y no secuenciar?

Einstein negó la existencia del tiempo universal absoluto, su teoría de la relatividad, lleva a reconocer que tanto el sentido del tiempo como del color no son inexorablemente estables. También predijo que, uno de los efectos de la dilatación del tiempo, haría que el sujeto que viajara en un cohete envejecería más lentamente que quien está en la Tierra.

Pero qué duda cabe que la percepción de lo que nuestro sistema neurológico construye y que denominamos tiempo, es imprescindible para muchas otras percepciones, la secuencialidad de la velocidad, incluso la secuencialidad del tacto o de la visión o de la audición para la captación del lenguaje o de la música… Sin ese heurístico cognitivo de capacidad de secuenciación y por tanto construcción del tiempo no entenderíamos el mundo como lo entendemos. El hecho de que nuestro sistema cognitivo codifique casi que todo lo que acontece de modo secuencial, no quiere decir que exista la secuencia o el tiempo físico real.

Posiblemente nos podamos acercar a entender la construcción neurológica de la percepción del tiempo, si nos volvemos hacia el modelo ecológico de la percepción. Siguiendo a Gibson, para nosotros percibir así y construir así, secuenciando, nos permite tener una capacidad de adaptación como especie, en el nicho ecológico que nos movemos, pero en el mismo medio y con otras demandas ecológicas puede haber tantas percepciones del tiempo como especies. Incluso un organismo que pudiera percibir sin tiempo, sin secuencias. Finalizando,  estas secuencias vienen dadas por la necesidad de nuestro cerebro en organizar eventos con la única finalidad de adaptarse a nuestro ecosistema.