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jueves, 25 de abril de 2024 | Última actualización: 12:57

Black Friday

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Juan Teodoro Vidal. Químico. 

Este fin de semana pasado celebramos en España el 'Black Friday', costumbre traída, como 'casi todo' lo nuevo, desde la metrópoli, o sea USA. Es el inicio, a apenas un mes, de las compras navideñas. Algunos grandes almacenes hacen ofertas en dinero efectivo o en descuentos futuros por las compras efectuadas desde el viernes hasta el lunes. ¿Es esto bueno o malo? ¿nos estamos 'contaminando', una vez más, de costumbres 'bárbaras', traídas de 'fuera', que arrinconan 'lo castizo', 'lo nuestro'?

Está claro que basta con una pequeña rebaja en los precios para que se produzcan dos hechos relevantes:

*Por una parte, en previsión de un aumento de ventas, las estanterías y los pasillos de las grandes superficies están no súper-abastecidas, sino lo siguiente: pletóricas de mercancías preparadas para ser compradas.

*Por otra parte se arremolinan compradores como hormigas al lado de un terrón de azúcar, en busca de aquello que 'ahora' está más barato.

Curioso fenómeno, este de las rebajas, producto de la iniciativa privada, que transforma la necesidad de tener y de consumir en una fiesta y en bienestar. Parece que esta iniciativa gusta a 'todo el mundo'.

Si un pequeño descuento o incentivo provoca las ventas masivas (no sabemos las estadísticas finales, pero parece que así ocurre), es porque los precios estaban algo sobrevalorados, pero ahora, la necesidad de vender, el mercado, los ha puesto al alcance.

Comparemos la escena con lo que estamos viendo que sucede en países donde se pretende cancelar el mercado y que el Estado sea el propietario de los medios de producción y quien determine las prioridades de distribución y los precios:

*Almacenes vacíos de mercancías.

*Compradores, los de mayor poder adquisitivo, haciendo colas para comprar artículos en cantidad tasada.

La diferencia es que en nuestra economía 'capitalista', por mal que vayan las cosas, el abastecimiento, producto de la iniciativa privada, funciona, en gran medida gracias a la acumulación de recursos, al almacenamiento, soportado por el riesgo, asumido por un particular o conjunto de ellos constituidos en una compañía, para sacar a la venta productos en el momento oportuno. O sea por el ahorro.

Así mismo, desde el lado del comprador, el que puede comprar es porque tiene un dinero residual, que ha ahorrado y ahora puede dedicar a comprar aquello que le gusta, o por lo que ahorrará forzadamente, comprando a plazos y detrayendo del consumo diario lo necesario para pagar el crédito. O sea por el ahorro. El Estado en cambio nunca ahorra. Es más: estamos siempre con el problema, de difícil solución, incrementado por la corrupción, de reducir el déficit porque el gasto público siempre se desboca.

El ahorro, la iniciativa de los particulares, y el sistema capitalista no son malos. Sólo la voracidad del Estado queriendo absorber, mediante cada vez más impuestos, todos nuestros ahorros, para pagar sus enormes gastos, es preocupante. Moraleja: hay que limitar el Estado para tener más ahorro y más consumo, que percibimos como bienestar.