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viernes, 17 de mayo de 2024 | Última actualización: 16:50

Mario

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Juan José Pérez Macián. Concejal delegado del Área de Gobierno de Hacienda, Modernización y Administración Municipal del ayuntamiento de Castellón.

Tan solo unas pocas semanas atrás, el concejal socialista en el Ayuntamiento de Castellón, Mario Edo, comparecía en rueda de prensa para anunciar su renuncia al acta de concejal tras más de año y medio de ausencia en la actividad municipal como consecuencia de una grave enfermedad que se cebó en él recién comenzada la presente legislatura. Mario explicó, emocionado, que su decisión obedecía a la necesidad de centrar todo su esfuerzo y energía en curarse. Lógico, respetable y humano.

Ayer sábado, desgraciadamente, despedimos para siempre a Mario en su pueblo natal, Fanzara, en un emotivo y sencillo acto compartido con su familia entre los vecinos del pueblo y muchos amigos, compañeros, y también adversarios políticos, que coincidimos con él en unos u otros momentos de su vida y trayectoria de servicio público. Juntos, mostramos el respeto y afecto que nos mereció como hombre comprometido con sus ideas y con la sociedad a la que sirvió desde las distintas responsabilidades políticas que como socialista asumió.

Pocas fueron las ocasiones en las que su manera de ver y entender las cosas de la política coincidió con la mía. Muchos fueron los debates y enfrentamientos duros, pero siempre democráticos, que mantuvimos en las sesiones plenarias celebradas en nuestro Ayuntamiento del que formamos parte. El con el PSOE y yo con el PP. Yo en el gobierno y él en la oposición. Pero acabado el encontronazo político, aparecía su cara amable, su comentario distendido y su sonrisa traviesa y socarrona, y surgía de nuevo la tregua de la vida sencilla, la del hombre de apariencia dura que en el fondo guarda el niño que fue.

Nada hay que iguale más a los hombres que la muerte en el momento en que llega. Con sus virtudes y sus defectos, con sus triunfos y derrotas, con sus aciertos y sus errores, con sus ideologías o creencias, todos somos iguales en el trance de la muerte. En ese momento nada es seguro o cierto, nada es negociable y nada irrenunciable. En ese momento todo es relativo. Ayer, mientras despedía a Mario junto a todos cuantos le acompañamos en Fanzara, sentí de un modo especial ésto que aquí expongo. El hecho de asistir al funeral de un adversario político muy directo en cuanto que con él debatí numerosas veces cara a cara, con el que mantuve criterios tan dispares y antagónicos reiteradamente, con el que compartí a pesar de ello algunos instantes de conversación tranquila, sencilla y humana, me hizo pensar profundamente acerca de la importancia que solemos dar a las cosas superfluas y a las pequeñeces que nos separan, y lo poco que valoramos aquello que verdaderamente nos une y que todos tenemos en común.

Desde la discrepancia pero con todo el respeto, Mario, descansa en paz.