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viernes, 26 de abril de 2024 | Última actualización: 19:43

Fútbol

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Hace cuatro años me encontraba como embajador de España en Bulgaria cuando estaba cerrándose el campeonato mundial de futbol en Sudáfrica y todo el mundo hablaba sobre la gran final que enfrentaría a España y Holanda. La cadena nacional de la televisión búlgara nos invitó a los embajadores de los dos países finalistas a participar en un programa  para conocer nuestras opiniones sobre el encuentro que se celebraría al día siguiente. El embajador holandés –que, por cierto, acudió a los estudios ataviado  con la camiseta color naranja de su equipo- predijo que el resultado sería de 3 a 0 a favor de Holanda. Yo respondí que España no había encajado tres goles a lo largo de todo el torneo  y que el resultado sería de 1 o 2 a 0 a favor de la roja ¡Qué tiempos aquellos! Medio acerté el resultado en el año 2010 pero mi colega debe estar pensando hoy que se quedó corto cuando vió el 5 a 1 de días atrás ¡Cinco goles propinados a España! Y luego otros dos contra Chile. Más goles en dos partidos que en los tres campeonatos mundiales y continentales juntos.

Debo aclarar que no soy en absoluto aficionado al futbol y que en toda mi vida podrían contarse con los dedos de las dos manos las veces que he pisado un estadio. Por añadidura, esas pocas veces acudí por obligación más que por gusto ya que jugaba un equipo español y debía asistir para desear suerte a mis compatriotas.

Jorge Fuentes.

Aunque tengo muy inteligentes y queridos parientes y amigos  que son grandes aficionados al balompié, debo confesar que seguir de cerca el mundo del deporte en general y del futbol en particular me parece esteril. Reconozco que el futbol se ha convertido en el mayor espectáculo del mundo que mueve cantidades escalofriantes de dinero. Es el peor síntoma de una sociedad capitalista en que no hay límite a lo que se pueda pagar si ese caudal es recuperado  en localidades, publicidad, transmisiones en radio o televisión o venta de camisetas. Es posible que un jugador de golf o de tenis cobre aun más que un futbolista pero en éste se da una circunstancia simbólicamente significativa: como su propio nombre indica, el futbol se practica con los pies, una extremidad que no es la más noble y pensante del ser humano. La comparación del sueldo de un deportista y de un profesor o un médico es lacerante y sin embargo la función social  y la utilidad de unos y otros no son comparables.  He ahí un ejemplo muy claro de la tergiversación de los valores.

Todo esto viene a cuento del ridículo papel desempeñado por la selección nacional en el mundial de Brasil. Más ridículo aun por cuanto nos habían hecho creer que España podría repetir la hazaña de 2010 y alzarse de nuevo con la copa. Creo que hasta habían prometido a cada jugador una prima de 750.000 Euros en caso de que esto ocurriera. Una cifra de escándalo que, no dudo, sería rentable para la federación española y para la marca España pero que una vez más, es cruel en un país sumido en una interminable crisis que tiene paradas a casi seis millones de personas y famélicos a dos millones de niños.

Hay formas y formas de perder y la manera en que lo hizo el campeón  fue patética. La mitad de los futbolistas no debieron haber sido seleccionados: agotados por las innumerables ligas, distraídos por sus rutilantes parejas y sus vidas nocturnas, cegados por la fama y la edad, los de la roja carecieron de energía. Y los más jóvenes, en lugar de estimular a los veteranos, parecieron contagiarse de su indolencia. Y casi lo peor: cuando nuestra selección ya estaba eliminada y llegó el tercer partido –hay que decir contra un enemigo fácil-  el seleccionador desempolvó a algunos de los jugadores más efectivos, hasta entonces arrumbados en el banquillo y se ganó el partido con facilidad.

Al final no sé si fue más fuerte el sentimiento de tristeza por la amarga derrota de nuestro equipo o la alegría por saber que nos ahorraríamos las cuantiosas y millonarias primas. No cabe duda que se vuelve urgente equilibrar los valores, los premios y las sanciones sociales.