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domingo, 19 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:24

Dos Santos de hoy

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Con la canonización de San Juan XXIII y San Juan Pablo II el pasado día 27, hemos asistido a una celebración única en la historia del cristianismo y que difícilmente se repetirá en muchos siglos: dos Papas –Francisco y Benedicto XVI- canonizando a otros dos recientes obispos de Roma, figuras contemporáneas a quienes muchos hemos conocido a través de los medios informativos o incluso personalmente.

No cabe duda que los dos nuevos Santos han sido, por distintas razones, los más destacados Papas que ha tenido la Iglesia en el siglo XX.

San Juan XXIII no estaba llamado a ser una gran figura de la Iglesia. De hecho, a la muerte de su predecesor, Pio XII y ante la duda de quién y con qué dirección debía sucederle, el colegio cardenalicio optó por una solución de transición llevando al Vaticano a Roncalli un diplomático que había ocupado las nunciaturas de Bulgaria, Turquía, Grecia y Francia y que debido a su avanzada edad -77 años- no era previsible tuviera un largo mandato. Así fue: Roncalli solo se mantuvo al frente de la Iglesia durante cuatro años pero en ellos y a través del Concilio Vaticano II dio un giro copernicano a la Institución. Sin Roncalli, probablemente la Iglesia estaría aun anclada en fórmulas caducas próximas al integrismo islámico con velos, latinajos y de espaldas al pueblo. Juan XXIII “aggiornó” las formas y el fondo del catolicismo hasta tal punto que en años sucesivos Pablo VI y Juan Pablo II tuvieron que corregir excesos  moderando el ritmo de los cambios.

Juan Pablo II con Jorge Fuyentes y su familia.

Juan Pablo II, el atleta de Dios, el primer Papa no italiano en cinco siglos y nada menos que procedente del mundo comunista ha sido el mejor relaciones públicas que la Iglesia ha tenido en sus veinte siglos de Historia con sus 266 vicarios, acercando la Institución a todos los rincones del mundo a través de más de cien visitas apostólicas e implantándola en todos los estratos sociales, en especial en la juventud por entonces progresivamente alejada de la Iglesia.

He ahí a dos grandes hombres del siglo XX no solo desde el punto de vista espiritual sino también desde el político, social y diplomático. Después del pontificado de Pio XII, ensombrecido por su actitud durante la segunda guerra mundial y su tolerancia con Hitler y Musolini, Juan XXIII borró toda sospecha respecto a la Institución.

Juan Pablo II a su vez ha sido una figura fundamental en el viraje que el mundo dio al final del siglo XX, con la caída del comunismo, la disolución de los bloques y del Pacto de Varsovia  y la configuración de Europa del modo en que hoy la conocemos. Sin él, como sin Reagan, Gorbachov, Thatcher, Schmidt, Brandt, Walesa y algunos otros líderes, el telón de acero aun estaría ahí fragmentando el continente.

Ahora Juan Pablo II y Juan XXIII están juntos en los altares. El Papa polaco levantó a su muerte el clamor popular que le reclamaba como “Santo súbito”. Benedicto XVI aceleró el proceso de beatificación y dejó las cosas hechas para que su sucesor las completara. Francisco quiso que simbólicamente Roncalli y Woytila alcanzaran la santidad simultáneamente en una síntesis que venía a ser el resumen mismo de la Iglesia contemporánea.

Cerraré esta breve columna con una referencia personal. Por razones generacionales no pude conocer a Juan XXIII más que de lejos, asomando a su ventana del Vaticano cuando yo era joven estudiante y empezaba a descubrir esos mundos de Dios. Muchos años más tarde, en 1993 cuando fui nombrado por primera vez Embajador en Bulgaria frecuenté cientos de veces la Nunciatura en Sofia donde Roncalli había sido Delegado Apostólico medio siglo antes pero donde aun quedaban innumerables rastros de su paso por la ciudad durante dos largos lustros.

Gracias a mi polaca mujer, sí tuve ocasión –junto a ella y nuestros hijos- de mantener una inolvidable conversación en la Plaza de San Pedro, con Juan Pablo II. Fue en 1985, cuatro años después del terrible atentado al que milagrosamente sobrevivió. La bendición y el consejo que nos dio el Papa Woytila nos acompañó siempre en nuestra vida familiar  y ha sido para mi, hasta hoy, fuente de inspiración profesional.