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domingo, 28 de abril de 2024 | Última actualización: 17:52

La fraternidad, base del desarrollo integral y sostenible

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

La organización católica Manos Unidas llama de nuevo a nuestras conciencias con su Campaña anual en la lucha contra el hambre en el mundo y en el compromiso a favor de un desarrollo humano integral y sostenible para todos. Este año, bajo el lema Un mundo mejor. Proyecto de todos, Manos Unidas quiere contribuir a crear un nuevo paradigma del desarrollo humano, basado en la fraternidad universal. Ésta es, en efecto, una cualidad necesaria para crear condiciones de desarrollo en plenitud de todos los hombres y de todo el hombre, que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Conseguirlo depende de nuestra capacidad para establecer relaciones que reconozcan y posibiliten la fraternidad fundamental de todo el género humano.

Como ya dijo el Papa Pablo VI (PP 66) la causa más importante del subdesarrollo es "la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos" (PP, 66). Y Benedicto XVI nos recordaba que un mundo globalizado nos hace más cercanos, pero no más hermanos, y que la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación transcendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna (Caritas in Veritate, 19).  Todos estamos destinados a "la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres" (PP, 21).

La fraternidad universal es, pues, un don de Dios, que hemos de saber acoger con gratitud,  y,  a la vez, una llamada a vivir el don de la fraternidad con un verdadero compromiso hacia todos. "Cada ser humano es hijo de Dios", ha dicho el Papa Francisco, por haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza; en el rostro de cada persona está impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que sepamos verlo y así podamos ayudar a los demás -los de cerca y los de lejos-; se trata de ver en cada ser humano un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados. El otro se convierte así en una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de un mundo más justo, más solidario y más fraterno.

Gracias a la paternidad universal de Dios todos formamos parte de la gran familia humana, la familia de los hijos de Dios. Más allá de toda diferencia existe una igual dignidad de todo ser humano, por ser hijo de Dios, que debe ser percibida, acogida, respetada y tutelada siempre. Todos somos responsables de todos. La apertura y generosidad hacia todos, la acogida de enfermos y débiles, y la promoción de los más olvidados nos muestran una y otra vez que sólo en la dinámica del amor podemos construir un mundo en el que se den las condiciones que hagan posible, a las comunidades y a cada uno de sus miembros, “el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (GS, 26). Hay que apostar para que la lógica del don y del amor que mira a la persona concreta y le abre a la plenitud de su existencia, cuente en nuestras relaciones personales, sociales y culturales, en la política, en la economía y en la relación entre los países. Trabajemos por el desarrollo integral y sostenible, ante todo, de cada persona y de toda la persona, incluida la dimensión espiritual, que favorezca la donación generosa de individuos y comunidades, que beneficie a todos, que tienda a la igualdad de oportunidades y que sea viable para las personas de hoy y de mañana.