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miércoles, 22 de mayo de 2024 | Última actualización: 02:13

¡Cristo ha resucitado!

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

En el Credo confesamos que Jesús, muerto y sepultado, al tercer día resucitó de entre los muertos. Cristo ya no está en el lugar de los muertos. Su cuerpo enterrado el Viernes Santo ya no halla en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. "Él no está aquí: Ha resucitado", les dice el ángel. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.

¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe desde el Domingo de Pascua de Resurrección. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo vive glorioso junto a Dios. Su resurrección no es la vuelta a esta vida para volver a morir, sino el paso a una vida gloriosa e inmortal.

La resurrección de Cristo es la clave para interpretar toda su vida y también el fundamento de nuestra fe cristiana. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, nuestra fe estaría vacía de contenido. La resurrección de Cristo es tan importante que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación.  Y lo hacen una vez que se ha encontrado personalmente con él: un encuentro que trasforma sus personas, su vida y su ánimo; un encuentro que les colma de alegría, les une como comunidad y les llena fuerza para su misión.

La resurrección de Jesús nos revela que Dios no abandona a la humanidad ni su creación. Y, porque Cristo ha resucitado, es posible un mundo más fraterno, más justo, más dichoso, un mundo según el designio y el deseo de Dios. Desde entonces, la esperanza no es una utopía sino una actitud fundada y realista. Desde la resurrección de Cristo es posible una sociedad más humana, más fraterna y solidaria, más dichosa, más según Dios; en una Iglesia más evangélica, más de Dios y más de los pobres, más creyente, más fraterna, más apostólica, más misionera y más orante. Todo esto es posible porque Cristo ha resucitado.

Es importante recordarlo en tiempos de pesimismo social y eclesial. Existe hoy en la Iglesia y en la sociedad, una tendencia bastante generalizada a creer que la oscuridad es más espesa que la luz. Que la increencia es más fuerte que la fe. Que la corrupción es más fuerte que la honradez. Que la mentira es más poderosa que la verdad. Que la esclavitud es más fuerte que la libertad. Que el egoísmo es más potente que el amor. Que la tristeza es más persistente que la alegría. Que la muerte es más definitiva que la vida. Que el pecado es más vigoroso que la gracia.