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martes, 23 de abril de 2024 | Última actualización: 22:29

El don de toda vida humana

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

El día 25 de marzo, Solemnidad de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María, es decir del inicio de su vida humana, celebramos también la Jornada por la Vida. En esta Jornada por la Vida queremos reconocer y agradecer el don precioso de toda vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural, independientemente de cualquier circunstancia o condición.

 Como dice el Papa Francisco, "la sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, 'toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre'" (EG 213). En efecto, toda vida humana es valiosa en sí misma; toda vida humana es creación de Dios e imagen suya. "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gén 1, 27). Aquí está la base de la inalienable dignidad de toda persona: para Dios, todos y cada uno de los seres humanos, poseemos un valor excepcional, único e irrepetible. Nuestra vida, cada vida humana, es un don que brota del amor de Dios, que la llama a la vida y a la comunión gozosa con Él. En toda vida, en la recién concebida, en la débil o sufriente, podemos reconocer el sí que Dios ha pronunciado sobre ella de una vez para siempre.

Es más: Toda vida humana es un don de Dios para los demás y está confiada a nuestro cuidado. El ser humano no es una realidad encerrada en sí misma, sino que se desarrolla sólo en la comunicación y el diálogo interpersonal. Nuestra verdad es ser don para el otro y hemos de aprender a acoger el don que el otro supone para mí. Estamos hechos para la donación recíproca. Nadie puede desarrollarse en plenitud en soledad, sino en comunión recíproca con los demás. Y, a la vez, todos y cada uno de nosotros podemos enriquecer a los demás. No es en el individualismo, el egoísmo o la autosuficiencia, sino en la apertura al otro y en su acogida, donde el ser humano crece y se desarrolla. Todos dependemos y necesitamos de los demás.

La grandeza y dignidad de toda vida humana exigen que sea acogida con alegría y gratitud, que sea respetada y cuidada desde su inicio en la fecundación hasta la muerte natural. Los creyentes en Cristo debemos, de modo particular, defender y promover el don y la dignidad de toda vida humana, en especial la de los más frágiles y vulnerables. Y no podemos dejar de anunciar, incluso contracorriente, a los hombres de todos los tiempos este "evangelio", fuente de esperanza inquebrantable y de verdadera alegría.

Demos gracias a Dios por el don de toda nueva vida. Hemos de implicarnos por crear una cultura de la vida en la sociedad, en los medios y en las leyes, en la que toda vida humana sea acogida con alegría y gratitud frente una cultura del 'descarte''; una cultura en la que toda vida humana sea respetada desde su concepción hasta su muerte natural frente a una mentalidad abortista y eutanásica; y una cultura en la que la vida humana sea cuidada en todo momento, sobre todo cuando es más frágil e indefensa, cuidando con amor al discapacitado, al anciano o al moribundo. Trabajemos para que se recupere entre nosotros el don y sentido de la maternidad, como el gran don de Dios a la mujer. Como Iglesia hemos de ofrecer medios para que cualquier mujer, que se encuentre en situaciones duras por el embarazo, no vea en el aborto la solución rápida a sus problemas y angustias. Oremos a Dios en defensa y promoción de la vida humana, de toda vida humana.