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jueves, 2 de mayo de 2024 | Última actualización: 11:04

Vientos de cambio

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Santiago Beltrán. Abogado.

¿Sigue siendo la evangelización para la Iglesia un objetivo primordial en el siglo XXI? Desde los postulados mas clásicos, el acercamiento de la doctrina cristiana a los incorrectamente considerados como infieles, es ahora una necesidad acuciante, por la expansión y crecimiento exponencial de otras religiones en el mundo, sobre todo en aquellas capas de la población más pobres y con mayor desarraigo social. La lucha por la conversión religiosa en determinados continentes, como por ejemplo el asiático o el africano, está llena de dificultades, sacrificios y desesperanza.

Pero mientras se entregan cientos de religiosos a esta pelea sin cuartel, a riesgo de la propia vida en muchos casos, con el fin de obtener nuevos creyentes, en el mundo occidental, la Iglesia permanece impasible ante el goteo incesante de abandonos y deserciones en sus propias filas. En un número no despreciable de ocasiones, las renuncias no son voluntarias, sino obligadas o incitadas por la propia curia o por la rigidez en la interpretación de las normas católicas. Nos referimos evidentemente a aquellos cristianos que por su condición sexual, en algunos casos, o de ruptura matrimonial, en otros, son empujados fuera de las iglesias, por mor de una inflexible aplicación de los cánones y del derecho eclesiástico. Ni que decir tiene, que aquellos hijos de esta nuevas parejas homosexuales o de padres divorciados no tienen ni la posibilidad de acercamiento al conocimiento de estas enseñanzas nacidas de la ética y el humanismo de Jesucristo, de su bondad y entrega a los demás, sin discriminación ni distingo de condición social o personal. La Iglesia es capaz de enviar a un religioso al lugar más recóndito y peligroso del planeta, por conseguir un nuevo adepto, y a su vez, renegar de miles de cristianos divorciados que han decidido iniciar un nueva relación de pareja (en este punto es necesario ofrecer el dato estadístico de los divorciados en España, que actualmente superan los dos millones y medio de personas).

No obstante lo anterior, parece que corren vientos de cambio en la Iglesia católica, con el advenimiento del nuevo Pontífice, Francisco I, y empiezan a moverse (mejor removerse) algunas conciencias pétreas e inamovibles desde tiempos inmemoriales. El Papa argentino, preocupado por el estado de su gobierno espiritual, ha encargado, nada más ni nada menos, que una encuesta entre sus fieles y servidores (curas y monjas incluidos), para preguntarles por cuestiones de enorme actualidad, como el divorcio, las uniones homosexuales y la natalidad. A Bergoglio parece que le angustian las preocupaciones de la gente en general y el sufrimiento de las familias católicas en particular, y con la excusa del Sínodo extraordinario sobre la familia, que se ha de celebrar dentro de un año, se ha permitido el regalo de esta iniciativa, inédita e inimaginable para muchos, precisamente aquellos que prefieren conservar su estatus acomodado o conservador frente a la aventura extraordinaria de intentar indagar en la verdaderas necesidades e inquietudes de la sociedad cristiana actual.

Las cuestiones que se plantean en este cuestionario universal son muy sencillas y comprensibles, y hacen referencia al sentimiento de marginación de aquellos fieles que son apartados del sacramento por su condición de divorciados; o la de aquellos otros que por delatar públicamente su condición sexual dejan de tener una consideración moral aceptable para determinados dirigentes o responsables eclesiásticos; o la de aquellos hijos adoptados por estas parejas homosexuales, a los que se les impide o cercena cualquier acercamiento a la doctrina de Cristo. Se pregunta el Papa si no es posible que todas estas personas puedan tener un atención pastoral adecuada a su situación o condición, o si es una quimera que la Iglesia pueda abrirse a aquellas cuestiones hasta ahora consideradas tabú o simplemente intocables.

Es posible que este melón que ahora se abre tenga trascendencia histórica y que por fin podamos ver y aceptar a la Iglesia como lo que siempre debió ser y a lo que nunca debió renunciar: la heredera de las enseñanzas, la doctrina y el ejemplo  de Jesucristo en su más estricta dimensión, que es la búsqueda incansable de los pobres, de los marginados, de los desposeídos, de los menesterosos, de los débiles y de los perseguidos. La evangelización no tiene límites ni fronteras, y por ello mal vamos si queremos convencer a los diferentes, si primero y ante todo no somos capaces de fidelizar a los propios.