José Vicente Ramón Moreno.
Parece ser que, por fin, van a finalizar las obras que, desde junio del año pasado, nos tienen ocupados y preocupados. Les puedo asegurar que, después de este periodo, entiendo un poco mejor esa imagen fija que tenemos de las obras con un grupo de personas jubiladas o sin trabajo comentando los pormenores de las mismas.
Y no es para menos ya que se producen una serie de incongruencias que sólo tienen sentido si pensamos en el tema económico. Y me explico. No es concebible que, después de llevar varios días una zanja de unos cuarenta metros de larga y un metro de ancha, aproximadamente, vuelvan a poner la máquina con el punzón de taladro para abrir la misma veinte o treinta centímetros más. ¿No hubiera sido más lógico hacerla ancha desde un principio?
En otro caso, después de haber consolidado una capa de sesenta o setenta centímetros de hormigón en el suelo, se percataron de que no habían pasado alguna conducción, por lo que hicieron una pequeña zanja transversal de unos treinta centímetros de ancha y, al menos, medio metro de profundidad, con lo que emplearon un par de días hasta volver a la posición inicial.
En una tercera situación nos encontramos que el cuadro metálico que rodea los árboles, en lugar de ponerlo al principio para mantener el hormigón y salvaguardar el espacio de la tierra del árbol, se pone al final con lo que por cada árbol hay que emplear tres o cuatro horas para romper el hormigón sobrante, encastrar el cuadro y fijarlo.
Según un promotor amigo esto se llaman suplidos, pero yo creo que son más bien soplidos que se le dan al globo del presupuesto, ¿no les parece?
