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lunes, 29 de abril de 2024 | Última actualización: 23:03

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Cada vez que se cierra un ciclo político con un cambio de gobierno -y estamos cerca de que ello pueda ocurrir por octava vez en nuestra democracia- es un buen momento para hacer balance de lo que cada uno de los dos partidos que nos han venido gobernando ha significado para España.

El primer rasgo firmemente asentado es que el PSOE -tanto el de González como el de Rodríguez Zapatero, durante 21 años en conjunto- dejaba al país tras su paso por la Moncloa económicamente esquilmado y con unos niveles de paro escalofriantes, situación que tradicionalmente el partido conservador -de Aznar y Rajoy, durante 15 años- lograba enderezar.

Pues bien, Sánchez pretende ahora que va a dejar la economía española funcionando como una moto. Ojalá fuera así, pero no lo es. El actual gobierno está dibujando una prosperidad económica que distamos de tener; una falsa bonanza que nos ha convertido en el último país de la OCDE en recuperar niveles de bienestar; el país que más ha aumentado la deuda externa -el doble que la media de la Unión-; que ha visto descender su posición en la lista del PIB desde la octava posición en los tiempos previos al zapaterismo -los días que ZP calificó de la champions league- a encontrarnos en el decimoquinto lugar. Y con unos niveles de empleo camuflados tras los fijos discontinuos y  las masas de empleados públicos y nubes  de asesores políticos.

De forma que, por desgracia, España no va como una moto y una vez más el PP va a recibir un país sumido en grandes apuros económicos que esperemos no le estalle en el rostro, teniendo que remontar una vez más la situación como ha venido haciéndolo.

Pero no es el económico el único capítulo en que la izquierda está queriendo recuperar su reputación. Cuando el PSOE cayó en la cuenta de que el país empezaba a identificar su partido con el de Podemos, entre otras razones porque muchas de las horribles leyes adoptadas en los últimos años provenían de la escudería podemita y también porque mientras por el gabinete desfilaron hasta  40 ministros en un trasiego interminable, los del grupo UP se mantuvieron intocados, excepción hecha la dimisión del propio Iglesias que paradójicamente cedió el paso a Yolanda Díaz que se convertiría en su verdugo. De forma que huyendo del ‘Psoedemos’ ha querido vender a la opinión pública justo lo contrario, es decir la identificación entre PP y Vox, estribillo que el presidente repitió hasta la saciedad durante su lamentable debate del pasado día 10.

El tercer asunto en que la izquierda ha querido cambiar las tradiciones fue la propia celebración de debates electorales. La corta tradición española nos habla de que es la oposición la que demanda los debates y el gobierno quien los acepta de mejor o peor grado según su fuerza pre electoral. Sánchez hizo lo contrario: propuso la celebración de hasta siete debates con el propósito de enderezar la mala situación en que se encontraba después de cinco años desastrosos. Obtuvo uno solo que perdió estrepitosamente.

El cuarto intento de Sánchez por disfrazar su imagen y la de su partido atañe a la dudosa reputación que el presidente se ha labrado en sus relaciones con la verdad. Desde su afirmación de no pactar con Iglesias por razones de insomnio hasta el latiguillo de “nunca pactaré con Bildu”, nada de lo que dijera PS -sus iniciales suenan ya a ex presidente, a despedida y cierre- era tomado en serio. Su credibilidad era tan escasa como la de su peón Tezanos. Para intentar sacudirse esa lacra, en especial después del debate, la consigna del líder fue acusar a Feijóo de mentiroso.

El mundo al revés; se trata de ver si aplicando al rival los propios defectos consigue conjurarlos de su entorno y conseguir lo que ya había logrado inmerecidamente: convertirse ante la opinión pública en monopolizador de la superioridad moral, una cualidad en la que ya pocos creen. En especial después del debate a siete en que voluntaria o involuntariamente, los cuatro socios Frankenstein del PSOE sacaron los colores al portavoz López desvelando las iniquidades cometidas entre todos ellos en los últimos años. No parece posible que el 23J el votante quiera dar una segunda oportunidad a estos cinco.