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sábado, 4 de mayo de 2024 | Última actualización: 22:51

Tiempo de Adviento

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Este domingo comienza el tiempo litúrgico del Adviento, que significa ‘venida’.

Son cuatro semanas para prepararnos a la celebración gozosa de la Navidad, la ‘primera’ venida en la historia de Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías y el Salvador. Por otra parte, en este tiempo dirigimos nuestra mirada hacía la ‘segunda’ venida de Jesucristo al final de los tiempos, con poder y con gloria para juzgar a vivos y muertos. Por ello, el Adviento mira también al presente: Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto y ha resucitado, para que todo el que crea en Él tenga Vida eterna. Cristo vive y está entre nosotros; en Él, Dios ama a cada uno personalmente y sin medida. Cristo vivo sale constantemente a nuestro encuentro en su Palabra, en la oración, en los sacramentos, en los acontecimientos de cada día, en cada
hombre y mujer, sobre todo en los más pobres y necesitados.

Esta triple perspectiva hace que el Adviento sea el tiempo de la alegría serena, de la espera vigilante y de la verdadera esperanza. El cristiano vigila y espera siempre la venida
del Señor. No se deja deslumbrar ni aturdir por los reclamos de este mundo. Se prepara para la celebración de la Navidad sabiendo que el Señor resucitado y su Salvación están ya
presentes en su Iglesia; y lo hace con la esperanza confiada en su venida definitiva. Esto despierta actitudes de fe y de humildad reconociendo que tenemos necesidad de Dios, lo
que suscita el deseo del encuentro con Cristo.

El Adviento nos llama a la conversión, a volver nuestra mirada a Dios. Pero ¿cómo lo haremos si no reconocemos que estamos necesitados de Dios, de su salvación, de su amor, de su perdón y de su vida? Hay quien afirma que no tiene necesidad de Dios, porque
con lo que tiene y disfruta en este mundo se siente feliz. Pero ¿eso es todo? Necesitamos ser humildes y vivir en la verdad de que sin Dios nada somos para sentirnos pobres y abrirnos a la novedad de Dios. La pobreza espiritual es sentir necesidad de Dios, el único capaz de llenar nuestro deseo de vida plena, feliz y para siempre; es la disposición para acoger todas y cada una de las iniciativas de Dios en nuestra vida.

Dios viene a nuestro encuentro, porque nos ama. La conversión a Dios equivale a acoger al Señor presente entre nosotros, lo que aviva y fortalece nuestra esperanza.

Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi, señala que el hombre necesita una esperanza que
vaya más allá de las esperanzas, grandes o pequeñas de esta vida, que una vez cumplidas se ve que en realidad no lo eran todo. Es evidente que el hombre sólo puede contentarse con algo infinito, que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. De esta gran esperanza, que es Dios, nos habla el tiempo de Adviento. Abramos nuestro corazón a Dios.

En Cristo Jesús, nuestra verdadera esperanza, descubrimos nuestro verdadero destino que no es otro sino Dios.