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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 21:59

Jesucristo, Rey del universo

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Este domingo celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Es una fiesta con profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de ‘rey’, referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios. Se puede observar una progresión en su uso referido a Jesús: se parte de la expresión ‘rey de Israel’ y se llega a la de rey universal, Señor del universo y de la historia; va mucho más allá de las expectativas del pueblo judío.

Sabemos por los Evangelios que Jesús rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los “jefes de las naciones” (cf. Mt 20, 25). En cambio, durante su Pasión, reivindicó una singular realeza ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: “Entonces, ¿tú eres rey?”. Jesús respondió: “Tú lo dices: soy rey” (Jn 18, 37); pero poco antes había declarado: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36).

En efecto, la realeza de Cristo es revelación y actuación de la realeza de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. Dios Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el extremo de entregar su vida en la Cruz; y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27).

El ‘poder’ de Jesucristo Rey, no es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo. Es el poder divino de salvar, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte, de perdonar y reconciliar, de amar y dar vida en plenitud. Es el poder del amor, que saca bien del mal, ablanda un corazón endurecido, lleva la paz al conflicto más violento, o enciende la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino del amor y de la vida nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad.

La fiesta de Cristo, Rey del universo, dirige la mirada al futuro, hacia la última meta de la historia, que será el reino definitivo y eterno de Cristo. Esta mirada ilumina y da sentido a nuestro presente. Al final de los tiempos, Cristo manifestará plenamente su señorío, cuando venga para juzgar a todos los hombres; juzgará a cada uno según haya vivido el mandamiento del amor. Jesús se sentará en el trono de su gloria y preguntará si le hemos amado y servido en los pobres y necesitados, en el hambriento y el sediento, en el forastero y el desnudo, en el enfermo y el encarcelado. Porque “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). En todos ellos, Cristo mismo sale a nuestro encuentro.

El reino de Cristo es un reino de amor y de vida que se abre paso mediante el amor. Este es el criterio de una vida lograda o perdida. Al final solo queda el amor; todo lo demás pasa. Lo que invertimos en amor es lo que queda para el reino de la Vida.