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lunes, 29 de abril de 2024 | Última actualización: 19:34

Impuestos crecientes

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Hace muchos años, cuando me encontraba al comienzo de mi profesión, trabé amistad entre otros jóvenes colegas, con uno de los secretarios de la Embajada de Estados Unidos en Madrid. Un día de comienzos de abril me comentó que aquellas eran fechas gozosas para él porque desde entonces empezaba a trabajar para él y su familia. Durante los tres meses previos, entre enero y marzo había trabajado para el Estado que a través de los impuestos se quedaba con el 25% de sus ingresos.

En aquel momento -el último cuarto del siglo XX- aquella cifra me pareció escandalosa. Pagar a Hacienda una cuarta parte de tu sueldo resultaba exagerado. En España salíamos de un tiempo en que los impuestos eran tan reducidos que uno podía preguntarse cómo Franco pudo construir tantos pantanos con tan magra recaudación.

Los tiempos han cambiado mucho en no tantos años. La semana pasada aparecieron unos datos oficiales según los cuales la media de tributación en España es del 44%. Es decir que en estos momentos, el español medio trabaja para el Estado hasta bien entrado el verano.

Créanme que no estoy contra la contribución en las tareas del Estado y me agradaría ver que, como resultado de mi esfuerzo y del de todos los compatriotas, el país progresa y se sitúa entre los más prósperos del mundo. Sería ilógico que pensara de otro modo ya que como funcionario público, mi sueldo ha sido siempre cubierto gracias al presupuesto del Estado nutrido con los impuestos.

No tengo, sin embargo, mala conciencia de haber recibido más de lo debido ya que en España el servicio diplomático se nutre tan solo de 1000 funcionarios con los cuales deben cubrirse todas las embajadas en el mundo, los consulados y los altos cargos del Ministerio de Exteriores. Tal cifra es entre la mitad y la cuarta parte de los diplomáticos con que cuentan otros países de dimensiones semejantes o menores que el nuestro.

Me gustaría, sin embargo, ver que el presupuesto se administra mejor, que el número de políticos, funcionarios, asesores, enchufados y demás, no alcanza las cifras astronómicas de más de medio millón de personas, el doble que en un país como Alemania que dobla a su vez al nuestro en población.

Y también me disgusta ver que la malversación de fondos vaya a ser amnistiada, que se pierdan los fondos con obras inútiles que pronto hayan de ser derruidas. En fin, me gustaría ver que nuestro país se mantiene entre los más prósperos del mundo como lo era a principios del siglo XXI. Desde la posición séptima hemos caído a la décimoquinta y bajando.

Los políticos, tanto de derechas como de izquierdas, suelen decir que donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los contribuyentes, pero a la hora de la verdad se afanan por contradecirse. Pagar a Hacienda casi la mitad de nuestros ingresos suena exagerado, pero a un viejo amigo, empresario vasco que aterrizó por Benicasim huyendo del impuesto revolucionario, no se lo parecía en absoluto.

Tuvo la paciencia aquel amigo, de calcular meticulosamente cuánto contribuía anualmente en IRPF, en IVA, IBI y en cada compra importante que efectuaba y llegó a la conclusión de que Hacienda se llevaba hasta el 78% de sus ingresos anuales. Es decir, que solo le quedaban dos meses para hacer caja y mantenerse el resto del año.

Lo malo es que un país que funcione así está condenado a empobrecerse, como lo han hecho todos los países comunistas de la historia y hacer malvivir a la población a la que deja algún dinero de bolsillo con el que malamente llega a fin de mes.

Espero que mi amigo vasco se equivocara en sus cálculos. Quizá incluyera también el impuesto revolucionario. Aunque hay que reconocer que el 44% tampoco es manco, ¿no les parece?