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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

Día del Seminario

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El día 19 de marzo celebramos el Día del Seminario. Por san José, todos los años, nuestros seminarios diocesanos mayores y el seminario menor, y las vocaciones al sacerdocio están de un modo más intenso en el centro de nuestra oración, reflexión y acción pastoral.

En este momento contamos con dieciocho seminaristas mayores –tres en el Mater Dei y quince en el Redemptoris Mater-, así como con tres en el seminario menor. A pesar de lo que nos puedan parecer estos números padecemos una fuerte sequia vocacional al sacerdocio. Sólo cuatro seminaristas mayores proceden de nuestra Iglesia diocesana.

Este desierto vocacional nos ha de interpelar a todos. Los sacerdotes son y siguen siendo necesarios para generar y regenerar la comunidad cristiana como pastores en nombre de Jesús, el buen Pastor, Cabeza y Pastor de su Iglesia. Nos urge pues situar la pastoral vocacional en un lugar privilegiado de nuestras comunidades cristianas. Decía San Juan Pablo II que “la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia” (PDV, n. 34d). Todos -obispo, sacerdotes, religiosos y seglares, familias y comunidades cristianas- hemos de implicarnos activamente en la promoción de las vocaciones sacerdotales. No nos quedemos en una tristeza o queja inútil; es la hora de la fe y de la confianza en el Señor que nos envía a seguir echando las redes en la tarea de la pastoral vocacional.

Cuatro palabras nos han de acompañar en la tarea: orar, sensibilizar, proponer y acompañar. En primer lugar y antes de nada está la oración. La vocación es don de Dios. Jesús nos mandó: “rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 36-38). La oración confiada e insistente a Dios por las vocaciones es siempre eficaz, crea conciencia vocacional en toda la comunidad cristiana y prepara la tierra para sembrar la semilla vocacional. Es necesario además sensibilizar creando ámbitos donde se pueda plantear a los adolescentes y jóvenes el sentido de la vida como vocación y donde puedan preguntarse ¿qué quiere Dios de mí? En tercer lugar propongamos personalmente a niños, adolescentes y jóvenes la llamada de Dios al sacerdocio, de un modo personal y directo como lo hizo Jesús con sus apóstoles.

Cuidemos con esmero a nuestros seminarios, a nuestros seminaristas y las vocaciones al sacerdocio ordenado. La Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes, hombres de Dios para servir a los hermanos.