Noticias Castellón
viernes, 17 de mayo de 2024 | Última actualización: 22:07

Elogio del aguafiestas

Tiempo de Lectura: 3 minutos, 16 segundos

Noticias Relacionadas

Pedro Tejedo. Abogado.

Este pasado verano leí el valiente e interesante libro de Antonio Muñoz Molina ‘Todo lo que era sólido’. Es una crítica a los años del boom económico realizada en plena crisis y  mediante el repaso de  la hemeroteca de aquéllos años.

Entre las muchas consideraciones de M.M. quiero traer a colación la que realiza respecto de lo que llama el aguafiestas. Nos dice que en esos años, y respecto de cualquier asunto, se podía ser cualquier cosa menos aguafiestas.

Aguafiestas no era el cenizo, ni el pesimista, ni el negativo; no, aguafiestas era cualquiera que en los años en que nos creíamos los reyes del mambo ponía un poco de cordura, de prudencia, el que apelaba a la más elemental moderación ante el todo vale, o peor, ante el todo vale lo mismo.

El aguafiestas debía ser realmente valiente para apartarse del coro de los grillos que cantan a la luna, pues en España, tal y como dice el propio M.M., es muy difícil llevar la contraria, existe pánico a distinguirse de lo mayoritario y a no contar con el cobijo de un grupo, de una tribu, de una patria, aunque sea a costa de abdicar del libre pensamiento.

Algunos lugares, corporativos o geográficos, eran especialmente difíciles para ser aguafiestas. En los partidos políticos, en su ámbito interno, criticar a la corriente mayoritaria por muy equivocado que fuera el rumbo que marcaba al partido, suponía – y supone - ser relegado, ninguneado, apartado de los puestos de decisión o de los puestos mejor retribuidos, y más difícil resultaba aún cuando el que se atrevía a criticar recibía una patada hacia arriba, hacia un puesto con poco poder de decisión pero muy bien retribuido como pueda serlo un puesto en el Parlamento Europeo. Sí, la patada hacia arriba, excelente y gráfica expresión de la compra de silencios. Aún así, afortunadamente, hubo algún, o mejor, alguna aguafiestas que no calló.

En las comunidades autónomas con presencia nacionalista, el aguafiestas tenía que combatir la religión nacionalista con la seguridad de que sería tachado de traidor, de sentir auto-odio, incluso suponía poner en riesgo la propia vida. Desde luego eran entornos donde resultaba extraordinariamente difícil no ladrar con los lobos y, sin embargo, algunos lo hicieron. Estas personas, estos aguafiestas, que por serlo perdieron la vida, nos salvaron a todos, a la democracia; hoy los españoles somos todos algo más dignos porque unos pocos supieron decir no cuando lo fácil era decir sí, o simplemente permanecer callado.

Es cierto que en el actual y duradero fin de fiesta en que vivimos, la figura del aguafiestas ya no parece tan necesaria precisamente porque ahora resulta sencillo serlo. Aunque bien pensado lo que realmente ocurre es que la figura del aguafiestas genuino, del necesario en cualquier situación, quizá ha mutado en su discurso. Ahora resultar muy fácil criticarlo todo, ser listo a posteriori - algo siempre patético y deleznable - decir ya lo decía yo aunque nunca se hubiera dicho.

Por eso pienso que a lo mejor el aguafiestas de hoy no es el que pone peros a un mundo desatado que ya no existe, sino el que dice las cosas que actualmente resultan incómodas, el que dice que no hay que resignarse, el que dice que el futuro está en manos de los ciudadanos apelando a la responsabilidad personal de cada uno, el que dice que existen batallas que hay que librar aunque se sepa que no van a ganarse porque son necesarias para ganar la guerra, el que dice, en fin, que no hay que rendirse y hay que saber ponerse una vez más en pie.