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viernes, 17 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:47

Ada Colau o el nuevo fascismo

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Santiago Beltrán. Abogado.

La ciudadana Ada Colau y su plataforma de afectados por la hipoteca (PAH) deben ser desactivados con urgencia. Son un conglomerado heterogéneo organizado de individuos, que utilizan la violencia para la consecución de sus propósitos, aunque sinceramente no consigo adivinar en qué consisten. Eso sí, es una agresividad disfrazada, envuelta en metáforas libertarias y derechos de representación popular, apropiados sin legitimidad alguna, salvo el que le pueda otorgar como estrella mediática Jordi González en El Gran Debate cualquier sábado noche. Es una violencia falsamente azucarada, que consiste básicamente en convencer a los políticos, tan corruptos ellos, de que no pueden seguir haciendo oídos sordos a los postulados de la plataforma, favoreciendo los intereses económicos de las entidades financieras. Como están equivocados, dicen a voz en grito, hay que convencerles al estilo Kubrick en La Naranja Mecánica, cuando a Alex (el protagonista) se le obliga a dejar el mal y hacer el bien con tácticas experimentales tan sádicas como las que el mismo practicaba con sus víctimas. Si los políticos no actúan correctamente, según los postulados de la PAH, no podrán vivir placenteramente y los perseguiremos hasta sus casas y les acompañaremos a sus trabajos y no le dejaremos sin nuestra compañía cuando vayan a llevar a los hijos al colegio, o al restaurante a comer. Sus familias sufrirán como consecuencia de su antisocial comportamiento y sus amigos y vecinos dejarán de hablar con ellos e incluso saludarles.

Han importado el 'escrache' argentino y lo aplican con exquisita escrupulosidad. Se han convertido, así, sin darnos cuenta, en intérpretes soberanos de la voluntad popular, suplantando a los representantes políticos elegidos en las urnas, erigiéndose en adalides democráticos de nuestras vidas. Ada Colau ha triunfado en toda regla porque nadie ha sido capaz de ponerle freno, porque los mecanismos de defensa constitucional no existen y los guardianes de la seguridad nacional están maniatados y a expensas de los devaneos buenistas del poder político, excesivamente mediatizado por la izquierda sociológica imperante (la que está representada en el Parlamento y la selectivamente indignada). Esta señora, como un Robespierre del siglo XXI, ha insultado gravemente a los representantes de los bancos, calificándolos de criminales, ha vociferado calumniando al Congreso en pleno, ha acosado, coaccionado y perseguido a varias decenas de políticos, y todo en apenas un mes. La consecuencia de tan excelso comportamiento lejos de suponerle un merecido castigo y un desprecio generalizado, le está permitiendo liderar cuotas de pantalla y encabezar las portadas de los periódicos. Muchos son los ofendidos, pero pocos los denunciantes (en realidad, las quejas se han manifestado solo de boquilla, y ninguna ha accedido al  Juzgado de guardia).

Ada Colau ha sido capaz de ocultar su talante autoritario y actitud neofascista, y alcanzar cotas de éxito democrático inauditas, a través de la admisión a trámite de la primera iniciativa legislativa popular en democracia, avalada por más de un millón de apoyos. Miedo da pensar de lo que será capaz el día que su plataforma se convierta en partido político y utilice las urnas para conseguir sus fines perversos. La historia contemporánea nos recuerda, con mucho dolor, que no es necesario creer en la democracia para gobernar legítimamente y de paso acabar con ella.