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jueves, 16 de mayo de 2024 | Última actualización: 22:07

Cuando se quiere a quién te hiere: ‘El Síndrome de Estocolmo’

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María B. Alonso. Psicóloga Clínica y Forense. Coordinadora UNED Castellón.

Las personas de a pie nos preguntamos muchas veces: ¿Cómo puede aguantar lo que le hace?; ¿Realmente puede quererse a alguien que te trata mal?; ¿Por qué siempre excusa sus malas acciones... no tienen dignidad… no saben valorarse y se dejan pisotear… por qué no denuncian?

Las propias víctimas se encuentran, la mayoría de las veces, culpabilizándose sobre por qué aguantan eso de sus parejas, o de sus padres, o de sus amigos… ¿Qué aspectos cognitivos están detrás del soportar un trato inadecuado del otro?... Ese “otro” con el cual en la mayoría de las ocasiones co-existe un lazo afectivo fuerte hacia la víctima, e incluso puede aparecer un lazo afectivo por el trato ambiguo, de cuidado – peligro,  tal y como se refleja en los secuestrados o en los prisioneros de guerra ya que, aquel individuo que los tiene en confinamiento, es el mismo que les reporta el apoyo vital necesario para su supervivencia.

Uno de los más sonados casos de ‘Síndrome de Estocolmo’, se produjo en la década de los 70, del siglo pasado. Así,  en 1974, fue secuestrada por pertenecer a una adinerada familia, Patty Hearts, tenía 19 años, sus captores la sometieron a un lavado de cerebro junto con unas condiciones de vida pésimas,  donde el maltrato era la moneda de cambio diariamente. Ella misma cuenta en su autobiografía que fue abusada, su cerebro rompió sus esquemas afectivos, como ella misma relata, encerrada durante bastante tiempo en un armario, violentada sexualmente y aleccionada en los principios “marxistas”. Llegado un punto empezó a mostrar claros indicios de su ‘Síndrome de Estocolmo’, sintiendo simpatía por sus captores, asumiendo parte de su forma de ver e incluso enamorándose de uno de ellos. Dos meses después de su captura, envió una carta a sus padres, donde les hizo saber que formaba parte del mismo grupo que la había capturado…

Otro caso muy nombrado, fue el vínculo emocional que se estableció entre los secuestradores y los rehenes en el caso de en un banco de Estocolmo, Suecia, en 1973, un presidiario fugitivo llamado Jan-Erik Olsson les anunció a los aterrorizados empleados del banco: ‘¡La fiesta acaba de comenzar!’. Durante el incidente del atraco, que se alargó 131 horas hasta que fueron liberados, mantuvieron rodeados de dinamita y en la bóveda del banco a tres mujeres y un hombre como rehenes. A la salida, la actitud y las verbalizaciones de los rehenes apoyaban a los secuestradores. Tiempo después una de las víctimas pago los honorarios de los abogados que precisaron los secuestradores…

En este segundo caso, también se produjo esa doble vertiente emocional al unísono: por un lado, el horror y miedo sostenido de ser asesinado y con casi una certeza ser gravemente herido, y por otro lado, el contacto con el “humano” que también es el secuestrador, que les tranquiliza, les puede dar de comer, les reporta atención, les explica... Las víctimas siempre se preguntan y siempre se extrañan ¿por qué otro ser humano es capaz de hacer algo así… por qué pueden herir, por qué pueden pegar, por qué pueden manipular…? Se dan diferentes respuestas, por ejemplo en el caso de que existan lazos afectivos, la propia víctima va a buscar justificación, explicación lógica, razonamiento, que pueda dar salida a esa ambigüedad emocional, a esa doble vertiente emocional que se produce al unísono,  que pueden sentir por quien los maltrata. En esencia el maltratador, secuestrador, violador,… también muestra características humanas, eso confunde a la víctima e intenta buscar una explicación lógica a lo que está ocurriendo.

Hay estudios que relacionan la aparición del ‘Síndrome de Estocolmo’ en el caso de: maltrato infantil, maltrato hacia la mujer, prisioneros de guerra, prisioneros de campos de concentración, en el caso de incesto, miembros de una secta, secuestros y, en general, en el caso de relaciones abusivas e intimidadoras. Podría tratarse por tanto, de un proceso de adaptación del cerebro a una situación que le ha tocado vivir, para proteger a la víctima y favorecer su supervivencia. El dicho de que somos capaces de soportar cualquier cosa… pero que no nos venga todo lo que podemos soportar, sería una forma común de explicar por qué las mujeres maltratadas soportan y legitiman su propia victimización, o porqué los secuestrados se hacen amigos o amantes de sus secuestradores…

En el caso de situaciones de alto riesgo para la vida, como protección básica, y no pudiendo producirse otras formas de protección, se alienta a que la víctima muestre sumisión y entrega. Es común aconsejar que en el caso de una violación, la no resistencia produzca menos lesiones en la victima… Una vez más, tiene una explicación etológica, el lobo no líder si es amonestado o atacado por el líder, le ofrece su cuello en símbolo de entrega y sumisión, este gesto lo protege y produce que sobreviva e incluso no sea atacado por el lobo dominante. Todas las especies muestran formas de sumisión que preservan su supervivencia.

Los cuatro pilares básicos a los que son sometidos las víctimas, que pueden llegar a mostrar signos del ‘Síndrome de Estocolmo’, son: La presencia de una amenaza potente en contra de la integridad o la vida de la víctima; La aparición de gestos humanos como amabilidad, arrepentimiento, cuidado, disculpa  y otros similares en el agresor (el ciclo de la violencia contra la mujer, máxima violencia, arrepentimiento, aumento de la tensión y vuelta a la máxima violencia); El aislamiento de cualquier información o cuestionamiento diferente al del agresor; La percepción por la victima de indefensión o incapacidad de escapar o encontrar una solución para escapar.

Existe un cierto consenso entre expertos, de cuáles serían las características del ‘Síndrome de Estocolmo’, en aquellos sujetos que puede aparecer. Evidentemente inicialmente se produce en sujetos que han sufrido situaciones de alto riesgo vital mantenido, esta variable parece ser muy relevante, cuando más tiempo y más horror, más probable que se genere. Pero los síntomas llamativos y que definen el propio síndrome son: sentimientos positivos de afecto de la víctima hacia quien le infringe o infringió el daño, sentimientos negativos hacia los otros que intentan parar, prohibir o amonestar al presunto agresor, la resistencia a protegerse o denunciar, rechazo hacia familias o amigos que intentan apoyar o proteger a la víctima, búsqueda de apoyos y razonamientos lógicos a las conductas de sus agresores, abusadores, secuestradores… y, por último, dificultades marcadas en generar desapego hacia sus agresores, llegando a depender emocionalmente de ellos.

La próxima vez que veamos a una víctima, del tipo que sea, no la culpemos de no haber escapado antes, de no haber dicho basta antes, de no haber tenido la fuerza para tomar medidas en contra de su agresor y denunciarlo.