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lunes, 6 de mayo de 2024 | Última actualización: 11:08

América Latina

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

A la parte del continente americano que no son ni los Estados Unidos ni Canadá ni Alaska se le llama de muchas formas. Probablemente la menos adecuada sea denominarla Sudamérica ya que ello excluiría a un gran país norteamericano -Méjico-, a seis países centroamericanos y a veinte estados caribeños (Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Haití, Jamaica y Bahamas son solo los más famosos de ellos).

A la mayor parte de los 500 millones de las personas que pueblan aquellos países les gusta la denominación de América Latina lo que no es demasiado justo hacia España y Portugal que fuimos quienes implantamos la cultura y civilización que hoy predomina en ellos. Francia no hizo más que exportar el modelo de la Revolución Francesa que les sirvió para promover su emancipación. Italia a su vez, aparte de Colon, envió al nuevo mundo oleadas de emigrantes.

No vamos a discutir sobre ello. A los españoles nos gusta llamar hispanoamericanos a todos quienes hablan español al sur de Río Grande y Portugal, teniendo en cuenta que Brasil representa el 40/% de la superficie y población del continente, prefiere la expresión Iberoamérica. Dicho sea de paso, el mundo anglosajón promovió la independencia de micro estados isleños para romper la mayoría automática de los hispanos en las reuniones de la Organización de Estados Americanos. Pero insisto: si ellos prefieren ser llamados Latinos, así les llamaremos. Solo faltaría que uno no pudiera ni escoger sus propias señas de identidad.

Pues bien, esa importante parte del mundo, está conociendo en estos días, grandes fluctuaciones. Cuba, el núcleo desde el que brotó una importante ola revolucionaria, puede empezar una transición democrática después de haber normalizado sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, cortadas durante medio siglo. Queda mucho por reformar en aquel país pero apostaría a que no pasará una década sin que conozcamos grandes cambios en la isla.

En otros tres de los más destacados países de la región acaban de producirse grandes novedades:

En Venezuela, el país con el régimen más impresentable de la zona, la oposición, con una bravísima campaña contra el tirano Maduro ha conseguido no solo una mayoría absoluta, sino los 2/3 del Parlamento lo que, con el apoyo del ejército podrá conllevar cambios políticos y el derrocamiento a corto plazo de un dictador que arruinó al antes riquísimo país.

Argentina llego a ser en momentos de la primera mitad del siglo XX, el segundo país más próspero del mundo. El peronismo llevó a la población a su empobrecimiento. La meritoria victoria electoral del liberal Mauricio Macri, rompiendo una rutina de todo un siglo de gobiernos populistas en que alternaban los radicales cívicos y los justicialistas va a acometer la difícil tarea de superar los rastros que dejaron los Kichtner.

A su vez Brasil, una de las míticas potencias emergentes -junto con China e India-es un buen ejemplo de economía dual en que la riqueza y la arquitectura más modernas conviven con las favelas y la miseria. La presidenta Rousseff está al borde del precipicio, con tan solo un 8% de aceptación popular. Ese gran país que hasta hace un lustro crecía vertiginosamente hasta convertirse en la séptima potencia del mundo, ha entrado en peligrosa deriva que ha llevado a prisión a varios de sus más poderosos empresarios, al desajuste financiero (130% de intereses bancarios anuales), aumentado la inflación y la recesión en cifras alarmantes.

Es importante que estos cuatro países evolucionen en la dirección correcta y cobren velocidad de crucero ya que todos los restantes de la región - quizá con la excepción de Méjico- gravitan en su esfera y seguirán sus pasos.

P.S. Supongo que hoy hubiera debido hablar, como toda la prensa lo ha hecho, sobre el debate Rajoy-Sanchez y sobre su repercusión en la elecciones del día 20. El debate en si me pareció indecente, con un Sanchez maleducado, un presidente mal preparado y carente de recursos y un moderador inexistente. Las interrupciones, las mentiras y los insultos invalidaron por completo el sentido del debate para los dos participantes y sirvieron, si acaso, para beneficiar las expectativas de los dos ausentes. Ahora, ustedes y yo tenemos la palabra: ¡a votar el domingo!