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viernes, 26 de abril de 2024 | Última actualización: 21:31

Al servicio y en nombre del buen Pastor

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

En unos días se cumplirán diez años del inicio de mi ministerio episcopal entre vosotros. Esta efeméride es una buena ocasión, ante todo, para dar gracias a Dios por todos los dones y las bendiciones que de Él he recibido a través de todos vosotros: sacerdotes, religiosos, seglares, comunidades, asociaciones y movimientos. También pido perdón a Dios y a vosotros por mis deficiencias y pecados; y, sobre todo, os ruego que sigáis rezando por mí para que sea vuestro obispo y pastor según el corazón del Señor, el Buen Pastor.

Estos días he releído mi homilía en la toma de posesión de la diócesis. Creo que sigue siendo plenamente válida. En el centro de mi ministerio episcopal he intentado que estuviera y deseo que esté siempre Jesucristo. Él es quien me ha enviado para ser vuestro pastor en su nombre: siervo suyo soy y, desde Él, un humilde servidor de todos vosotros y de mi amada Iglesia de Segorbe-Castellón, con la que Él me ha desposado, para que os apaciente y guíe según su mente y corazón.

En ningún momento podrá caer en el olvido este lugar central de Cristo en mi ministerio y mi referencia constante a Él. A través de mi humilde persona y de mi ministerio pastoral, el Señor Jesús quiere hacerse presente entre vosotros. Él no abandona a su grey, sino que la sigue alimentando, custodiando y protegiendo, como su Cabeza y Pastor, por medio de mi humilde y frágil persona. Llamado a representarle y actuar “en su persona” como maestro fiel de la verdad del Evangelio, sacerdote de los misterios sagrados y guía del pueblo santo, he de transparentarle clara y fielmente con mis palabras y con mi vida. En verdad: una misión ardua y difícil.

Conozco y conocéis mis limitaciones; os pido comprensión. Rezad por mí para que no decaiga en mi amor a Dios Padre y que busque siempre su voluntad, como lo hizo Jesús. Orad por mí para que cultive una profunda unión y amistad con el Buen Pastor, para que no decaigan mi fe, mi esperanza y mi caridad pastoral para con todos, en especial para los más pobres y necesitados: sólo así podré ser las manos y los labios del Señor; sólo teniendo los sentimientos de Jesús podré estar cercano a todos, conoceros tal como sois y compartir vuestros gozos y esperanzas, vuestras penas y alegrías. Desde el amor a Cristo podré y sabré amaros y alimentaros con su Palabra y sus Sacramentos; y sabré y podré guiaros con humildad y paciencia, con cercanía y con entrañas de misericordia, como Él; pero también con la firmeza que pide mi fidelidad a Cristo, a la verdad del Evangelio y a la comunión de fe, vida y misión de nuestra Iglesia diocesana en comunión con la Iglesia universal.

Sigue siendo mi propósito gastar y desgastar mi vida por las personas y las comunidades que el Buen Pastor me ha encomendado. Cada día pido al Señor luz y fuerza para poder desempeñar mi tarea como servicio desinteresado, con entrega incondicional y con amor entrañable para todos. Quiero ser siervo del Señor Jesús y servidor de todos. Mi único interés es servir y hacer presente a Jesucristo, proclamando la verdad del Evangelio a las personas, las familias, la sociedad y la cultura.  Consciente de mis limitaciones y debilidades, confío plenamente en la gracia de Dios y en vuestra oración. Sin la fuerza del Espíritu del Señor, mi tarea episcopal sería una misión imposible.

Mi compromiso principal es anunciar a Jesucristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para que en Él tengamos Vida y Salvación. Él es la Noticia nueva y definitiva para la humanidad, el único Salvador, fuente de vida, de amor y de esperanza para todos. Por ello, el corazón de mi ministerio es llevar a los hombres al encuentro personal con Cristo vivo y ser servidor humilde de la comunión con Dios y de la comunión de nuestra Iglesia diocesana.  En esta misión sigo contando con todos vosotros, mis queridos diocesanos. Seguid ayudándome a llevar a Cristo al corazón de los hombres, en especial de los niños, de los jóvenes y de las familias, de la sociedad y de la cultura. Sólo podremos hacerlo, si vivimos unidos a Cristo y en Él; y así en la comunión con Dios y con la Iglesia diocesana. Al servicio de esta comunión me siento hoy una vez más enviado por el Señor.