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miércoles, 24 de abril de 2024 | Última actualización: 00:11

La santidad es posible

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

El Día de Todos los Santos nos habla de santidad. Los santos nos recuerdan que la fuerza del Espíritu Santo actúa por doquier; es una semilla capaz de arraigar en todas partes, que no necesita especiales condiciones de tiempo, de cultura o de clase social. Por eso esta fiesta es una fiesta de gozo: el Espíritu de Jesús ha dado, da y seguirá dando fruto, y lo hará en todas partes.

Todos esos hombres y mujeres anónimos, de todo tiempo y lugar, a quien recordamos en el Día de Todos los Santos tienen algo en común. Todos ellos “han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”. Todos ellos han sido pobres de espíritu, hambrientos y sedientos de justicia, limpios de corazón y trabajadores de la paz. Son una multitud de hombres y mujeres ha llegado a la casa del Padre siguiendo a Cristo por el camino de las Bienaventuranzas.

A todos les une la búsqueda y la lucha por una vida fiel y entregada a Dios, y dedicada al servicio de los hermanos y del mundo nuevo que Dios quiere. En este día de Fiesta, de alegría y de acción de gracias, celebramos que viven ya con Dios hombres y mujeres de todo tiempo, lugar y condición social, que han luchado esforzadamente en el camino del amor y de la misericordia, que es el camino de Dios.

Con frecuencia pensamos que la santidad es una heroicidad, sólo propia de algunos pocos. Pero no es así. La santidad es posible para todos. Porque consiste en  acoger y dejar que se desarrolle en nosotros la nueva Vida nueva de nuestro Bautismo, es vivir unidos a Cristo, es seguirle con fidelidad, es asemejarse a Él. Y esto vale también para nosotros: todo cristiano esta llamado e invitado a la santidad, a la amistad y unión con Dios. Es algo exigente, sin duda; porque es preciso tomarse en serio la condición de bautizados, de Hijos de Dios, de discípulos del Señor y de miembros de la Iglesia; y esto no es algo superficial, puntual o limitado a unos actos, tiempos o circunstancias; abarca a toda la persona y toda su vida.

Para saber cuál es el camino de este seguimiento, el camino de la santidad, el camino de la perfección en el amor, hemos de subir con los Apóstoles al monte de las Bienaventuranzas, acercarnos a Jesús y ponernos a la escucha de las palabras de vida que salen de sus labios. También Él hoy nos dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Jesús proclama bienaventurados y, podríamos decir, “canoniza” ante todo a los pobres de espíritu, es decir, a quienes tienen el corazón libre de prejuicios y esclavitudes, libre de soberbia y prepotencia, a quienes están dispuestos a acoger a Dios en su vida y a cumplir en todo su voluntad. La adhesión total y confiada a Dios supone desprenderse y salir de sí mismos, para dejarse llenar del amor de Dios.

Los santos se tomaron en serio las palabras de Jesús; creyeron que su felicidad vendría de traducirlas y vivirlas en el día a día de su existencia. Y comprobaron la  verdad de estas palabras en su vida: a pesar de las pruebas, de las sombras y de los fracasos gozaron ya en la tierra de la alegría profunda de vivir unidos a Cristo. En Él descubrieron, presente en el tiempo, el germen inicial de la gloria futura del reino de Dios. Ellos nos muestran un camino que es posible para todos. Los santos son un estímulo a seguir el mismo camino y experimentar la alegría de quien se fía de Dios. Porque la causa última de tristeza e infelicidad para el hombre es vivir lejos de Dios. La santidad es posible para todos; porque, más que obra del hombre, es ante todo don de la gracia de Dios. Dios nos ha amado primero, un amor que nos llama a participar para siempre de su vida. Respondamos al amor del Padre celestial con una vida de hijos agradecidos. Acojamos su vida, su gracia y su amor con amor. Y esto nos impulsará a amar también a nuestros hermanos.