Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
El día 19 de marzo celebramos el Día del Seminario. Durante estos días, los seminarios, los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio estarán de un modo más intenso en el centro de nuestra reflexión y oración. El lema de este año reza: ‘Cerca de Dios y de los hermanos’. Como todo en la vida del sacerdote, también el estar cerca de Dios y cerca de los hermanos, le viene dado por su identificación con Cristo.
Como Jesús, único Mediador entre Dios y los hombres, también el sacerdote está llamado a ser mediador y lugar de encuentro entre Dios y los hombres; y, como Jesús, está llamado a ser hombre plenamente de Dios y, a la vez, plenamente para los hombres. La cercanía a Dios es propia de todo sacerdote y se alimenta con la oración y los sacramentos. La cercanía a los hermanos se realiza en la entrega a la propia labor pastoral y en la oración y celebración de los sacramentos, en su servicio a toda persona que se acerca a él.
Estas dos características del sacerdote no se pueden dar por separado. La cercanía a Dios, el encuentro con Él, la intimidad con el mismo Cristo hasta tener sus mismos sentimientos, hará al sacerdote cercano a los hombres y mujeres; le hará capaz de ser mediador y verdadero sacerdote. Y la cercanía a los hombres y mujeres, le hará capaz de presentar su realidad concreta al mismo Dios en la intimidad con el Señor.
Nuestros seminaristas son formados para ser verdaderamente hombres de Dios según el corazón de Cristo y servidores de los hermanos. Los fieles, cercanos o alejados, y los no creyentes valoran al sacerdote, cuando éste trasparenta a Cristo. El ministerio sacerdotal no se recibe en provecho propio, sino para el servicio de Cristo, de su Iglesia y de los demás: para que todos los fieles puedan vivir su llamada a ser discípulos misioneros del Señor, y para que todo hombre y mujer puedan encontrarse con Cristo, el Buen Pastor y la Misericordia encarnada de Dios. El sacerdote está llamado a ser siempre un buen pastor: un pastor que ama, cuida y sirve a sus fieles; un pastor que no se cansa de construir la comunidad cristiana; un pastor que busca y se acerca al que está herido por la vida para curarle con el bálsamo de la Misericordia de Dios.
Los sacerdotes son consagrados para estar siempre al servicio de la misión. No se pueden conformar con mantener lo que hay. El Señor les llama a salir a la misión y acercarse a todas las personas para llevarlas a Cristo; a salir a todos los ambientes necesitados de evangelización. El Señor los envía a formar comunidades vivas desde el Señor, comunidades evangelizadas, comunidades con conciencia misionera.
También en medio del actual invierno vocacional, Jesús sigue llamando a muchachos y jóvenes al sacerdocio. Quien experimenta de verdad el amor gratuito y personal de Cristo que le llama al sacerdocio, lo acoge con gratitud, se fía de él y entrega su propia vida al servicio del Evangelio y de los hombres.
Toda nuestra Iglesia diocesana ha de implicarse en la promoción y cuidado de las vocaciones sacerdotales. Son un don de Dios para ser los pastores futuros de nuestras comunidades. Contando siempre con la gracia de Dios, del número y de la calidad de los futuros sacerdotes depende la vitalidad de nuestras comunidades. Nuestra Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes, hombres de Dios para servir a hermanos.