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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 19:48

El Regeneracionismo (I)

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Para intentar corregir los graves defectos que España ha acumulado por contraste con otros países europeos y que he ido apuntando en la serie 'Spain is different' va a ser necesario enfrentar una profunda operación de renovación del país.

Recordemos sintéticamente los problemas:

-España está perdiendo su sentido unitario y asiste a un grave centrifuguismo que afecta principalmente a las autonomías catalana y vasca.

-El conocimiento del idioma español en todo el territorio nacional no está asegurado. Cada vez se habla menos y peor el idioma en España.

-La situación económica no se endereza y el paro, lejos de remitir, sigue creciendo. La corrupción campa por sus respetos.

-Paralelamente a ello, el “pan y toros”, las fiestas parecen querer ocultar los graves problemas del país.

-Ese escapismo se agudiza con un creciente bajón cultural en una sociedad ampliamente volcada en programas y publicaciones deleznables.

Regenerar semejante panorama va a requerir un esfuerzo titánico en el que pocos datos permiten ser optimistas ya que para mayor escarnio, una profunda crisis moral se cierne sobre el escenario conjunto.

Se habla mucho de la necesidad de regenerar el país. Pero ¿qué significa regenerar y de dónde proviene la expresión y la corriente política?  Les adelanto que nació y creció en el siglo XIX, paralelamente a la literaria Generación del 98 y ambas como reacción a una España que se descomponía en el interior y decaía en lo internacional a causa de la pérdida de Cuba y Filipinas.

La semana próxima les hablaré con cierto detalle de aquella corriente que desembocó en la Dictadura de Primo de Rivera. Hoy voy a contarles, cómo me acerqué al regeneracionismo y para ello daré un poco de rienda suelta a la nostalgia evocando mis años mozos en la Universidad no por presumir de títulos  --que pueden valer de poco-- sino por resucitar un tiempo en que, bajo  el franquismo, se anidaban esperanzas no siempre alcanzadas.

Caigo en la cuenta que he pasado muchos años en las aulas. No sé si tenía vocación de profesor o la tenía más bien de alumno. Es el caso que acumulé una buena colección de licenciaturas y masters en diversos países. Disfruté mucho en las Facultades de Salamanca, de la Sorbona, de la Escuela de economía de Londres y de la Escuela Diplomática. Pero debo confesar que por encima de otros títulos de Derecho y de Ciencias Económicas yo me identifico especialmente con mi graduación en Ciencias Políticas en la Complutense de Madrid, en aquellos turbulentos años sesentas, en que practicábamos la disidencia, las carreras ante los 'grises' y preparábamos el escenario que parecía inminente aunque aun tardaría tres lustros en llegar.

Eran tiempos de corbata y chaqueta y de respeto reverencial a los catedráticos. Casi todos se lo ganaban. Eran historiadores como Bustamante y de Sosa, geógrafos como de Terán, filósofos como Garagorri, Sociólogos como Lisarrague, iusinternacionalistas como Truyol  y Mesa, constitucionalistas como Fraga y Carro, politólogos como Díaz del Corral y José Antonio Maravall. En fin, la flor y nata del pensamiento político de aquellos años del tardo-franquismo en que, a pesar del gran control ideológico imperante, era posible enseñar –y sobre todo aprender—ideas útiles para el mundo que se nos avecinaba.

Fue precisamente de la mano del último citado, Maravall, valenciano de Játiva, padre del ex Ministro de Educación José María, y Catedrático de Historia del Pensamiento Político Español (uno de los “huesos” de la carrera junto con la Historia de las Ideas y Formas Políticas de Díez del Corral) de quien aprendí lo bueno y lo malo del Regeneracionismo, tan mentado hoy y del que les hablaré la semana próxima.