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domingo, 12 de mayo de 2024 | Última actualización: 17:28

Salir, caminar y sembrar

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

Poco antes de ascender al Cielo, Jesús dice a sus Apóstoles: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hech 1,8). En la mañana de Pentecostés, se cumple esta promesa de Jesús. Estando junto los discípulos en una sala, vieron aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego, que se posaron sobre cada uno de los presentes. Y “se llenaron todos de Espíritu Santo" (Hecho 2, 4).

Fortalecidos por el Espíritu, los Apóstoles superan el miedo y el respeto humano, y salen a anunciar por las calles de Jerusalén a Jesucristo, muerto y resucitado, para la vida del mundo. Comienza así el tiempo de la Iglesia y de su misión permanente de testimoniar a Jesucristo y de anunciar el Evangelio a todas las gentes  Desde el día de Pentecostés, nadie ni nada podrá frenar el ardor evangelizador de Pedro, del resto de los Apóstoles y de los discípulos. Lo que ellos han visto y oído, lo que han tocado y experimentado, lo anuncian a todos: Cristo Jesús, muerto y resucitado, es el Mesías y Salvador de la humanidad. Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.

En la Solemnidad de Pentecostés, el día el Apostolado Seglar y de la Acción Católica, que este año lleva por lema: “Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo”; unas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium (n. 21).

Todos los cristianos, injertados en Cristo e incorporados a la Iglesia en virtud del bautismo, recibimos la plenitud del Espíritu Santo en la confirmación. El Espíritu Santo nos da la fuerza para superar el miedo y nos impulsa a proclamar por doquier la Buena Noticia de la salvación de Dios en Cristo. Como los apóstoles de Jesús entonces, también los cristianos de hoy, llenos del gozo y alegría por el encuentro con el Resucitado, estamos llamados por el Señor en esta hora de la historia a anunciar al mundo que el Señor vive y que fuera de Él no hay salvación ni futuro ni esperanza para la humanidad.

No olvidemos que Jesús, antes de enviar a sus discípulos a la misión hasta los confines de la tierra, los llamó a estar con Él para conocerle, amarle y seguirle. Lo mismo sucede hoy: Sólo dejándonos encontrar personalmente con Jesucristo, como el Mesías y el Señor, sólo creyendo y confiando en Él, sólo dejándonos transformar por Él y permaneciendo unidos a Él y a todos los que están unidos á Él -es decir, a su Iglesia-, podremos los cristianos de hoy salir, caminar y sembrar siempre de nuevo la semilla de la Buena noticia de la alegría del Evangelio, dando testimonio de Jesucristo, de lo que hemos visto, oído y experimentado.

La misión de ser testigos de Jesucristo y de su Evangelio está confiada a toda la Iglesia y a todos los bautizados. Siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí y de darse, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. A los fieles laicos les corresponde sobre todo “la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional” (Juan Pablo II).

Pentecostés llama al don de sí y a la entrega de sí para vivir y confesar en privado y en público la fe en Cristo resucitado, sin miedo, sin tibieza, sin dejarse llevar por la ola de indiferencia religiosa o de hostilidad hacia el cristianismo. Los cristianos hemos de vivir con mayor estima y coherencia la propia vocación cristiana y de hacerlo en la comunión y misión de la Iglesia, que se muestra y verifica en la comunión con los pastores. Pentecostés nos llama a crecer en la fe, a implicarnos en la vida y en la misión evangelizadora de nuestra Iglesia.

No lo olvidemos: Es el Señor mismo, quien nos llama a estar con Él y quien nos envía por la fuerza de su Espíritu a ser sus testigos hasta los confines de la tierra. No tengamos miedo a ser y confesarnos cristianos. No estamos solos. El Señor resucitado cumple su promesa: Él nos precede y acompaña siempre con la fuerza del Espíritu Santo.