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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

Camino cuaresmal

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El próximo miércoles comienza la Cuaresma. Son cuarenta días durante los que los cristianos nos preparamos para la celebración de la Pascua del Señor. Los cuarenta días de la Cuaresma recuerdan los cuarenta años que el pueblo de Israel peregrinó por el desierto hacia la tierra prometida. Cuarenta fueron también los días que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública; allí fue tentado por el diablo que quería apartarlo de la misión que Dios le había encomendado – la llegada del Reino de Dios- y de su meta –su muerte y resurrección para que todo el que crea en Él tenga vida eterna-. Jesús inauguró así nuestro ejercicio cuaresmal; y nos enseñó a combatir las tentaciones para caminar con Él hacia la meta: hacia la Pascua dentro de cuarenta días, que es un anticipo de la Pascua definitiva, y de la vida eterna, plena y feliz.

Como Jesús, tampoco nosotros estamos libres de tentaciones en nuestro caminar hacia la meta. La gran tentación, raíz de todas las demás, es el deseo de prescindir de Dios en nuestra vida, de suplantarlo y de construir la propia existencia, el mundo y la historia al margen de Dios. Es la tentación de una libertad totalmente autónoma, que pretende alcanzar la felicidad y la inmortalidad contando sólo con las propias capacidades y según los propios deseos; en una palabra, es la pretensión de querer salvarse sin Dios. La historia y el presente nos ofrecen muchos profetas y ejemplos de ello: a la postre, ninguno de estos intentos ha podido cumplir sus promesas de un paraíso en la tierra. Con frecuencia producen lo contrario de lo prometido: generan esclavitud, injusticia, mal, descarte, pecado y muerte

Frente a ello, Jesús proclama: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). En Jesús, Dios se acerca al hombre con amor y misericordia; Dios se encarna y entra en el mundo para cargar con el pecado, vencer el mal y la muerte, y dar la vida eterna y plenitud a todo el que crea y viva en Él. De ahí la llamada de Jesús a creer en el Evangelio, a abrir y convertir nuestra mente y nuestro corazón a Dios, y a orientar hacia el bien nuestras acciones, pensamientos y deseos. “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Estas palabras son el hilo conductor del camino cuaresmal hacia la Pascua. La conversión pide un cambio de mente, de corazón y de vida: pide volver la mirada y el corazón a Dios, dejarse encontrar por su amor misericordioso y vivir en adhesión amorosa a Dios y al Evangelio, amar a Dios y al prójimo, y a toda la creación. El cristiano está llamado a volver a Dios de todo corazón, a no contentarse con una vida mediocre y tibia, sino a crecer en la amistad con el Cristo Vivo, en el encuentro personal con Él.