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sábado, 27 de abril de 2024 | Última actualización: 02:05

Cosas de la política

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Basilio Trilles. Periodista y escritor.

Carlos Fabra, el animal político por excelencia, hoy en los cuarteles de invierno, no da puntada sin hilo, y, hace unas semanas, recordó en voz alta aquello tan manido: la política es desagradecida. Él, que tiene el armario lleno de cadáveres, experimenta en sus carnes lo que ya vivieron otros líderes de raza: el delfín sucesorio se convierte en el Bruto que le asesta la cuchillada definitiva. Es una constante en esa lucha de poder, en la que se dispara el ego, ante la que los seres humanos, transformados en políticos, no se paran en barras. Cierto es que, en el caso de Fabra, hay especiales connotaciones que hacen más visible ese reproche cargado de amargura. Mas allá  del acentuado carácter del histórico líder conservador, volcado en los últimos veinte años a situar al PPCS en las más altas cotas electorales, no puede olvidarse que está imputado por la Justiciacon una multimillonaria fianza, pues se le atribuye la presunción de importantes delitos.

Esa circunstancia excepcional, claramente prevista en el Código Deontológico del Partido Popular, hace que el lamento de Fabra pierda consistencia. Así, un alto cargo de los populares comentaba recientemente, en petit comité, que, en estos momentos, el ahora secretario general dela Cámara de Comercio, debería estar hondamente agradecido por permitirle continuar como presidente de la sociedad pública promotora del aeropuerto de Castellón (AEROCAS). El relevante conmilitón de Fabra insistió en que éste debería reconsiderar tan insólita situación.  Esperar que Carlos Fabra, genio y figura, haga mutis por el foro, por iniciativa propia, es demasiado esperar. Más bien es de prever que continúe en su línea, crítica  con los responsables de gobernar aquí y en España, que son los suyos; siendo frecuentes las ocasiones en las que no le falta ni razón ni sentido común.

Eduardo Zaplana, ex ministro de Trabajo y ex presidente dela Generalitat, estuvo distanciado de Carlos Fabra, precisamente por lo mismo que ahora se queja el castellonense. Zaplana convirtió a Francisco Camps en sucesor, ofreciéndole como herencia las presidencias del gobierno valenciano y del PPCV, y vio como aquél, después desvelado como el más pernicioso de los visionarios, le dio la espalda, con el apoyo, entre otros, de Fabra. Hace unos días Eduardo Zaplana ofreció una extensa entrevista a un periódico, tras mucho tiempo de silencio, y dijo unas palabras esperanzadoras: “no me queda rencor, ahí está mi balance”. Encontrar a un político sin rencor ya es algo. Con la ventaja que da estar, ¿temporalmente?, fuera de la rueda del poder político, Zaplana puso muchos dedos en la llaga: “no se ha salvado ninguna de las cajas porque se gestionó todo muy mal. Faltó determinación y liderazgo político”.