Noticias Castellón
viernes, 5 de diciembre de 2025 | Última actualización: 22:44

La Cruz, trono de Cristo Rey

Tiempo de Lectura: 2 minutos, 28 segundos

Noticias Relacionadas

Al llegar al final del año litúrgico, la Iglesia católica celebra este Domingo la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, centro y sentido de toda la historia, de nuestras vidas y de la creación entera. No se trata de un gesto de poder humano; es la proclamación de un Rey que reina desde la Cruz, con la corona de espinas y el cetro del amor que se entrega hasta el extremo.

Jesús mismo se declaró rey ante Pilatos. “Tu lo dices, yo soy rey”, contesta Jesús a Pilatos. “pero mi reino no es de este mundo”, le aclara (Jn 18 36-37). En efecto, el Reino de Jesús nada tiene que ver con los reinos de este mundo. No busca poder ni pretende imponer su autoridad por la fuerza; no se apoya en ejércitos tradicionales o mediáticos, ni en la propaganda o en la compra de voluntades. Jesús no vino a dominar sobre pueblos ni territorios, sino a servir y entregar su vida para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, para reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás, y con toda la creación. Muriendo destruyó el poder de la muerte, y resucitando restauró la vida plena y eterna.

En un mundo que a menudo mide el éxito por el poder, el dinero o la apariencia, Jesús muestra otro camino: el del servicio, la humildad, la misericordia, el amor y la entrega. Su trono es la cruz. Él no se impone por la fuerza, sino que se ofrece a quien se abre a su amor. En Él descubrimos que reinar es amar hasta dar la vida.

Jesús vino a este mundo “para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37). La verdad que Cristo testimonió con toda su vida es que Dios es amor. Es la verdad más profunda del ser humano: la verdad de Dios para nosotros y la verdad de nosotros para Dios. Jesús nos muestra que venimos de Dios y de su amor y que caminamos hacia Él, hacia la vida plena y eterna; somos creados por amor de Dios y para ser amados eternamente por Él; sólo Dios es capaz de llenar nuestro deseo de amar y nuestra necesidad de ser amados, nuestro anhelo de felicidad y de plenitud.  Cuantos le escuchan con buena voluntad, lo acogen con fe y lo siguen.

Celebrar a Cristo Rey no significa encerrarse en lo religioso y desentenderse del mundo. Todo lo contrario: reconocer su señorío implica dejar que su Evangelio transforme nuestro corazón y nuestras relaciones, nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra sociedad. Su Reino crece cada vez que alguien perdona, cada vez que se sirve al hermano, cada vez que se siembra paz donde hay violencia, perdón donde hay odio, justicia donde hay injusticia y esperanza donde hay desesperanza.