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sábado, 27 de abril de 2024 | Última actualización: 11:15

Canet de Mar y la lengua

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

El oprobioso caso del niño de cinco años de Canet de Mar que reclamaba recibir en español el 25% de las clases en su escuela, tal como dictan nuestras leyes sobre la enseñanza en Cataluña, nos lleva a un problema de más amplio alcance que vengo denunciando de este y otros medios desde hace años.

Se trata del proceso que ha convertido a nuestro querido país en un lugar anómalo en el que cada vez se habla menos su idioma oficial -el castellano, el español- y cada vez se habla peor.

En la mitad de España -en Cataluña, en las Islas Baleares, en la Comunidad valenciana, en el País Vasco, en Galicia- se viene produciendo un fenómeno que, de cuando en cuando, un niño de Canet o los hijos de unos guardias civiles en diversos puntos de España, nos traen a las portadas de todos los medios y entonces, en el resto de España nos rasgamos las vestiduras durante la semana de rigor para caer luego en el olvido hasta que se produce la siguiente tropelía.

¿Imaginan ustedes a unos niños franceses de Normandía, la Provenza o Córcega que no hablaran el francés?, ¿o a un menor del Véneto, de Piamonte o de Sicilia que no hablara el italiano?, ¿o a un alemán, un polaco o un sueco que no dominaran sus lenguas?. ¿Qué pensarían de cualquier país en que sus habitantes no dominaran la lengua oficial de tal país?

La lengua es, junto con el territorio y las costumbres, la principal seña de identidad que nos adscribe a una determinada nacionalidad. Difícilmente un ciudadano puede considerarse nacional de un país, si no conoce su idioma, si no está familiarizado con su historia y costumbres y si no vive, ha vívido y tiene fuertes vínculos afectivos con un determinado país.

En España se da la paradoja de que siendo uno de los más antiguos Estados constituidos en Europa, es a la vez uno de los más fraccionados del continente. Es una de las más respetables democracias del mundo, pero una de las que peor respeta su Constitución. Es una de las que posee mayor acerbo cultural de Occidente, pero es también uno de los que menos y peor se lee.

Es también el país que, por encima de Francia, Alemania, Italia o Rusia, consiguió convertir su lengua en el segundo instrumento vehicular del mundo solo por detrás del Reino Unido, pero que en el propio territorio cada vez se encoge más su estudio y su conocimiento. Y ello ocurre cuando es más que evidente que a medio plazo, las restantes lenguas cooficiales del Estado, por muy respetables que sean y por mucho que las amemos, ni son de utilidad a escala mundial ni tienen perspectivas de durabilidad.

No debe sorprendernos, por lo tanto, que desde los tiempos de Cervantes y Quevedo a los de Unamuno y Ortega y siguen, las críticas a los males de la patria, sean recurrentes.

Es evidente que el problema de la lengua va unido al del territorio y ambos datan de antiguo y no son, por tanto, responsabilidad ni de un partido ni de otro, aunque sea evidente que la vergüenza de un desmán como el actual en Canet recae sobre un Gobierno central que se ha maniatado al de la Autonomía catalana y que no se atreve a aplicar las leyes para no perder el apoyo indispensable del separatismo para seguir gozando de los privilegios del poder.

Ese niño de cinco años (y sus padres) están haciendo más por defender la Constitución que los 23 miembros del gobierno más numeroso de nuestra democracia. La vergüenza de Canet, esas manifestaciones contra quien reclama el cumplimiento des sus derechos, esas agresiones contra un niño y sus indefensos familiares, deben cesar ya. Canet se merece un serio castigo, como podría ser un boicot turístico. Es lo mínimo que se puede hacer, ya que ninguno de los dos gobiernos responsables impondrán sanción alguna.

No nos hagamos demasiadas ilusiones. Los separatistas se volcarán para llenar las playas de Canet durante la temporada y la norma del 25% seguirá incumpliéndose.